Durante las dos primeras semanas de febrero, los isleños vuelven a sus tradiciones ancestrales para elegir a una reina en la fiesta Tapati Rapa Nui, una de las más intensas celebraciones de la Polinesia.
La tarde cae en Tahai, un centro ceremonial de Rapa Nui, donde la puesta de sol sobre la que se recortan los moai le quita a uno el habla. En medio de la paz del cielo rosa y olas calmas, un isleño se me acerca y me regala un cintillo de mahute, una planta introducida por los primeros habitantes polinésicos que llegaron a la isla. “Ven mañana a la Farándula a apoyar a Nilza; allá te damos un traje de plumas”, me invita con una sonrisa.
Es febrero en Isla de Pascua y su pueblo está de fiesta. De lo único que se habla es de la Tapati Rapa Nui, una celebración que se realiza desde hace 40 años y que devuelve a los habitantes de Isla de Pascua a sus tradiciones ancestrales.
Durante 16 días los rapanui se dividen en dos bandos, cada uno de los cuales apoya a una candidata a reina. Para llevarla a la gloria de la coronación bailan, cantan, tallan esculturas de madera, se pintan el cuerpo a la usanza ancestral, se lanzan a velocidad suicida cerro abajo sobre cortezas de plátano, compiten en pesca, buceo y natación, corren a caballo, hacen collares de conchitas y todo lo que sea necesario para sumar puntos.
No es una fiesta para atraer al turismo; es una fiesta de los rapanui para los rapanui. Aunque los afuerinos estamos invitados.
Termina de caer la noche y no muy lejos de Tahai, en el sector de Hanga Vare Vare, cientos de personas buscan un lugar para sentarse frente al gran escenario, instalado junto al mar. Tres animadores dan la bienvenida en rapanui, castellano e inglés y anuncian la presencia de La Voz de Bora Bora, el conjunto tahitiano invitado, que abrirá la noche y luego dará paso a un desfile de modas con trajes diseñados con conchitas, plumas y fibras vegetales.
Los aplausos se confunden con el rumor de las olas y la alegre algarabía de los stands cubiertos con ramas de palmeras, que venden empanadas de atún con queso, curantos, anticuchos y cerveza al por mayor. Empanada en mano, encuentro nuevamente al isleño del cintillo, quien me reitera la invitación.
Cumplo mi promesa. Ya por la mañana el ajetreo es intenso en los terrenos de la familia de Nilza. En un galpón, bajo un techo de ramas y totora, decenas de hombres y mujeres se afanan con plumas, cortezas de plátano, semillas, conchitas y telas, confeccionando trajes para la Farándula, una de las pruebas de la Tapati Rapa Nui.
Cada candidata debe reunir el mayor número posible de adherentes vestidos –en realidad casi desvestidos–, emplumados y con sus cuerpos pintados a la usanza tradicional. Allí cosen tías, primas y abuelas, los niños arman tocados de plumas, y el que quiere se suma al corte y confección de taparrabos.
Con el paso de las horas, la actividad aumenta. En unas tinas de baño al aire libre, la exótica belleza de una rapanui llamada Tupuna atrae todas las miradas. La joven se cubre el cuerpo con agua y tierra traída de los acantilados, como lo hacían sus ancestros. La siguen decenas de locales y turistas, en taparrabos por igual, que con ayuda de familiares de la candidata, se embetunan de pies a cabeza en las tinas con barros de colores y se secan al sol, adquiriendo un aspecto extraterrestre.
Pasarán luego por el pincel de varios rapanui que, con tierras de diferentes tintes, decorarán esos cuerpos con signos ancestrales. “Los cuerpos comunican cosas; no quiero que la persona a la que estoy pintando me diga qué dibujo quiere. Yo pinto como una expresión de lo que ese cuerpo me dice: unos hablan de la fertilidad, de la naturaleza, de los ancestros…”, cuenta Hotu Matua, uno de los avezados pinceles de esa jornada de fiesta.
A pocos metros, la tierra humea un descomunal Umu Tahu o curanto rapanui, una preparación hecha en un hoyo en el piso, cubierto con piedras volcánicas calientes, que hace las veces de horno. Allí se cuece pescado, carne de vacuno, costillar de cerdo, camote y Po’e, un budín hecho con zapallo, harina y plátano. Todo se cubre con hojas de plátano y tierra y luego se sirve a los comensales –sobre una hoja de gomero– en señal de agradecimiento de la candidata a reina.
La escena de hombres y mujeres semidesnudos, pintados, emplumados y comiendo con las manos es categóricamente tribal. Ya no hay inhibiciones en ese atávico conjunto humano, y cada nueva alma que se suma a la causa lo hace con más naturalidad, como si el de los ancestros rapanui fuera un llamado ineludible hasta para el más lejano forastero.
“Hay que empezar a bajar para el conteo”, grita el tío de la candidata, que lidera a la masa. Y lentamente comienzan a avanzar calle abajo hombres, mujeres y niños como sacados de otro tiempo.
En la avenida Atamu Tekena espera el jurado, ante cuyos ojos desfilarán uno a uno los cientos de adherentes a cada candidata. La fidelidad al atuendo ancestral permite sumar la mayor cantidad de puntos, mientras que la presencia de elementos foráneos –sandalias, un reloj, un pareo o cualquier prenda moderna– reduce el aporte.
Contados los participantes de cada lado –tarea que toma un par de horas– comienza el desfile en torno a los carros alegóricos que llevan a las candidatas rodeadas de esculturas en madera. Comparsas de machos altivos, pintados con aires guerreros, entonan cantos que responden con gritos, y alzan sus báculos tallados en madera, derrochando testosterona con la belleza de sus pieles morenas, sus cabelleras largas y sus cuerpos perfectos. Las mujeres están a la altura. Dueñas desde la más tierna infancia de una gracia y sensualidad que conmueven, se contornean en grupos, acompañando sus cantos con el lenguaje de las manos.
El descomunal desfile, que en el continente provocaría escándalo con tanta piel expuesta, avanza por las calles prodigando júbilo, y enfila por Tahai hacia el escenario de Hanga Vare Vare, donde se desata una competencia de baile para la que rapanuis y afuerinos –algunos llegados con semanas de antelación– se han preparado en serio.
Allí, con el sonido de tambores y ukeleles, seguirá la fiesta hasta entrada la noche, mientras familiares y amigos de las candidatas sacan cuentas, punto a punto, esperando que la joven a la que apoyan se convierta en la nueva soberana rapanui.
Los ritos de la Tapati
Vaka Tuai
Se recrea una embarcación tradicional polinésica. En ella navega la candidata junto a representantes de su alianza, vestidos según la tradición rapanui.
Takona
Una fiesta de pintura corporal. Usando pigmentos naturales, los participantes pintan sus rostros y cuerpos, tal como lo hacían sus ancestros en las ceremonias para establecer su rango social. Los competidores explican ante la comunidad los significados de los distintos signos pintados.
Riu
Cantos rituales en los que se relatan historias épicas y leyendas del pueblo rapanui.
Koro Haka Opo
Distintos grupos musicales compiten interpretando cánticos alternadamente, sin repetir las letras ni equivocarse.
Haka Pei
Osados jóvenes deportistas de las familias en competencia se deslizan a gran velocidad por la pendiente de 45º del cerro Pu’i, montados en troncos de plátanos. Alcanzan velocidades de hasta 80 km/h.
Titingi Mahute
El mahute es una planta introducida por los primeros habitantes polinésicos. La competencia consiste en trabajarla adecuadamente como materia prima para los trajes típicos.
Pora
Los participantes nadan mil 500 metros ataviados como sus ancestros, sobre un flotador de totora.
Tau’a Rapa Nui
Es la versión isleña del triatlón y se realiza en el volcán Ranu Raraku.
TAPATI RAPA NUI 2010: del 29 de enero al 13 de febrero
Qué ver en Rapa Nui
Orongo
La aldea ceremonial construida con piedras planas que se sustentan exclusivamente en la gravedad. Allí se celebraban los rituales del equinoccio de primavera y las competencias de las distintas tribus por el poder. Los contendores debían bajar por el risco hasta el mar, nadar hacia el islote de Motu Nui y traer de vuelta el huevo del ave sagrada, el Manutara, para convertirse en el Hombre-Pájaro que regiría la isla durante un año.
Volcán Rano Kau
Un cráter de 1,6 km de diámetro y 200 metros de profundidad, que en su interior alberga una suerte de invernadero natural con mahute, helechos, makoi, nahe nahe y otras especies.
Volcán Rano Raraku
Allí se tallaban los moai, directamente en la pared de la cantera, para luego trasladarlos a centros ceremoniales. En sus faldeos se encuentran decenas de ellos en distintas fases de tallado.
Puna Pau
Una cantera volcánica donde se tallaban los pukao o sombreros de moai en roca de escoria roja, y se trasladaban hasta los ahu, centros ceremoniales.
Ahu Tongariki
El mayor de los ahu de la isla, con 15 moai sobre una plataforma de 200 metros.
Ahu Akivi
Los únicos moai que miran al mar. Se instalaron allí en honor a los siete exploradores enviados por el rey Hotu Matua a navegar hacia el sol hasta encontrar un lugar para colonizar.
Anakena
La playa de Rapa Nui por excelencia. Las palmeras se trajeron de Tahiti en los ’60.
Ovahe
Una playa solitaria de arenas rosadas, donde el sol desaparece temprano tras la enorme roca roja que la envuelve.
Fuente: Mónica Cuevas para Revista In. Enero 2010.
La tarde cae en Tahai, un centro ceremonial de Rapa Nui, donde la puesta de sol sobre la que se recortan los moai le quita a uno el habla. En medio de la paz del cielo rosa y olas calmas, un isleño se me acerca y me regala un cintillo de mahute, una planta introducida por los primeros habitantes polinésicos que llegaron a la isla. “Ven mañana a la Farándula a apoyar a Nilza; allá te damos un traje de plumas”, me invita con una sonrisa.
Es febrero en Isla de Pascua y su pueblo está de fiesta. De lo único que se habla es de la Tapati Rapa Nui, una celebración que se realiza desde hace 40 años y que devuelve a los habitantes de Isla de Pascua a sus tradiciones ancestrales.
Durante 16 días los rapanui se dividen en dos bandos, cada uno de los cuales apoya a una candidata a reina. Para llevarla a la gloria de la coronación bailan, cantan, tallan esculturas de madera, se pintan el cuerpo a la usanza ancestral, se lanzan a velocidad suicida cerro abajo sobre cortezas de plátano, compiten en pesca, buceo y natación, corren a caballo, hacen collares de conchitas y todo lo que sea necesario para sumar puntos.
No es una fiesta para atraer al turismo; es una fiesta de los rapanui para los rapanui. Aunque los afuerinos estamos invitados.
Termina de caer la noche y no muy lejos de Tahai, en el sector de Hanga Vare Vare, cientos de personas buscan un lugar para sentarse frente al gran escenario, instalado junto al mar. Tres animadores dan la bienvenida en rapanui, castellano e inglés y anuncian la presencia de La Voz de Bora Bora, el conjunto tahitiano invitado, que abrirá la noche y luego dará paso a un desfile de modas con trajes diseñados con conchitas, plumas y fibras vegetales.
Los aplausos se confunden con el rumor de las olas y la alegre algarabía de los stands cubiertos con ramas de palmeras, que venden empanadas de atún con queso, curantos, anticuchos y cerveza al por mayor. Empanada en mano, encuentro nuevamente al isleño del cintillo, quien me reitera la invitación.
Cumplo mi promesa. Ya por la mañana el ajetreo es intenso en los terrenos de la familia de Nilza. En un galpón, bajo un techo de ramas y totora, decenas de hombres y mujeres se afanan con plumas, cortezas de plátano, semillas, conchitas y telas, confeccionando trajes para la Farándula, una de las pruebas de la Tapati Rapa Nui.
Cada candidata debe reunir el mayor número posible de adherentes vestidos –en realidad casi desvestidos–, emplumados y con sus cuerpos pintados a la usanza tradicional. Allí cosen tías, primas y abuelas, los niños arman tocados de plumas, y el que quiere se suma al corte y confección de taparrabos.
Con el paso de las horas, la actividad aumenta. En unas tinas de baño al aire libre, la exótica belleza de una rapanui llamada Tupuna atrae todas las miradas. La joven se cubre el cuerpo con agua y tierra traída de los acantilados, como lo hacían sus ancestros. La siguen decenas de locales y turistas, en taparrabos por igual, que con ayuda de familiares de la candidata, se embetunan de pies a cabeza en las tinas con barros de colores y se secan al sol, adquiriendo un aspecto extraterrestre.
Pasarán luego por el pincel de varios rapanui que, con tierras de diferentes tintes, decorarán esos cuerpos con signos ancestrales. “Los cuerpos comunican cosas; no quiero que la persona a la que estoy pintando me diga qué dibujo quiere. Yo pinto como una expresión de lo que ese cuerpo me dice: unos hablan de la fertilidad, de la naturaleza, de los ancestros…”, cuenta Hotu Matua, uno de los avezados pinceles de esa jornada de fiesta.
A pocos metros, la tierra humea un descomunal Umu Tahu o curanto rapanui, una preparación hecha en un hoyo en el piso, cubierto con piedras volcánicas calientes, que hace las veces de horno. Allí se cuece pescado, carne de vacuno, costillar de cerdo, camote y Po’e, un budín hecho con zapallo, harina y plátano. Todo se cubre con hojas de plátano y tierra y luego se sirve a los comensales –sobre una hoja de gomero– en señal de agradecimiento de la candidata a reina.
La escena de hombres y mujeres semidesnudos, pintados, emplumados y comiendo con las manos es categóricamente tribal. Ya no hay inhibiciones en ese atávico conjunto humano, y cada nueva alma que se suma a la causa lo hace con más naturalidad, como si el de los ancestros rapanui fuera un llamado ineludible hasta para el más lejano forastero.
“Hay que empezar a bajar para el conteo”, grita el tío de la candidata, que lidera a la masa. Y lentamente comienzan a avanzar calle abajo hombres, mujeres y niños como sacados de otro tiempo.
En la avenida Atamu Tekena espera el jurado, ante cuyos ojos desfilarán uno a uno los cientos de adherentes a cada candidata. La fidelidad al atuendo ancestral permite sumar la mayor cantidad de puntos, mientras que la presencia de elementos foráneos –sandalias, un reloj, un pareo o cualquier prenda moderna– reduce el aporte.
Contados los participantes de cada lado –tarea que toma un par de horas– comienza el desfile en torno a los carros alegóricos que llevan a las candidatas rodeadas de esculturas en madera. Comparsas de machos altivos, pintados con aires guerreros, entonan cantos que responden con gritos, y alzan sus báculos tallados en madera, derrochando testosterona con la belleza de sus pieles morenas, sus cabelleras largas y sus cuerpos perfectos. Las mujeres están a la altura. Dueñas desde la más tierna infancia de una gracia y sensualidad que conmueven, se contornean en grupos, acompañando sus cantos con el lenguaje de las manos.
El descomunal desfile, que en el continente provocaría escándalo con tanta piel expuesta, avanza por las calles prodigando júbilo, y enfila por Tahai hacia el escenario de Hanga Vare Vare, donde se desata una competencia de baile para la que rapanuis y afuerinos –algunos llegados con semanas de antelación– se han preparado en serio.
Allí, con el sonido de tambores y ukeleles, seguirá la fiesta hasta entrada la noche, mientras familiares y amigos de las candidatas sacan cuentas, punto a punto, esperando que la joven a la que apoyan se convierta en la nueva soberana rapanui.
Los ritos de la Tapati
Vaka Tuai
Se recrea una embarcación tradicional polinésica. En ella navega la candidata junto a representantes de su alianza, vestidos según la tradición rapanui.
Takona
Una fiesta de pintura corporal. Usando pigmentos naturales, los participantes pintan sus rostros y cuerpos, tal como lo hacían sus ancestros en las ceremonias para establecer su rango social. Los competidores explican ante la comunidad los significados de los distintos signos pintados.
Riu
Cantos rituales en los que se relatan historias épicas y leyendas del pueblo rapanui.
Koro Haka Opo
Distintos grupos musicales compiten interpretando cánticos alternadamente, sin repetir las letras ni equivocarse.
Haka Pei
Osados jóvenes deportistas de las familias en competencia se deslizan a gran velocidad por la pendiente de 45º del cerro Pu’i, montados en troncos de plátanos. Alcanzan velocidades de hasta 80 km/h.
Titingi Mahute
El mahute es una planta introducida por los primeros habitantes polinésicos. La competencia consiste en trabajarla adecuadamente como materia prima para los trajes típicos.
Pora
Los participantes nadan mil 500 metros ataviados como sus ancestros, sobre un flotador de totora.
Tau’a Rapa Nui
Es la versión isleña del triatlón y se realiza en el volcán Ranu Raraku.
TAPATI RAPA NUI 2010: del 29 de enero al 13 de febrero
Qué ver en Rapa Nui
Orongo
La aldea ceremonial construida con piedras planas que se sustentan exclusivamente en la gravedad. Allí se celebraban los rituales del equinoccio de primavera y las competencias de las distintas tribus por el poder. Los contendores debían bajar por el risco hasta el mar, nadar hacia el islote de Motu Nui y traer de vuelta el huevo del ave sagrada, el Manutara, para convertirse en el Hombre-Pájaro que regiría la isla durante un año.
Volcán Rano Kau
Un cráter de 1,6 km de diámetro y 200 metros de profundidad, que en su interior alberga una suerte de invernadero natural con mahute, helechos, makoi, nahe nahe y otras especies.
Volcán Rano Raraku
Allí se tallaban los moai, directamente en la pared de la cantera, para luego trasladarlos a centros ceremoniales. En sus faldeos se encuentran decenas de ellos en distintas fases de tallado.
Puna Pau
Una cantera volcánica donde se tallaban los pukao o sombreros de moai en roca de escoria roja, y se trasladaban hasta los ahu, centros ceremoniales.
Ahu Tongariki
El mayor de los ahu de la isla, con 15 moai sobre una plataforma de 200 metros.
Ahu Akivi
Los únicos moai que miran al mar. Se instalaron allí en honor a los siete exploradores enviados por el rey Hotu Matua a navegar hacia el sol hasta encontrar un lugar para colonizar.
Anakena
La playa de Rapa Nui por excelencia. Las palmeras se trajeron de Tahiti en los ’60.
Ovahe
Una playa solitaria de arenas rosadas, donde el sol desaparece temprano tras la enorme roca roja que la envuelve.
Fuente: Mónica Cuevas para Revista In. Enero 2010.
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