El Parque Nacional Talampaya tiene tres circuitos clásicos que se visitan en un día, y varias alternativas menos conocidas: la Ciudad Perdida, el Cañón de Arco Iris y la Quebrada Don Eduardo. Además, excursiones en bicicleta o a la luz de la luna.
Los circuitos clásicos de Talampaya –El Cañón, Los Cajones y La Catedral Gótica– son apenas una parte de este parque nacional de 215.000 hectáreas. La mayoría de los visitantes recorre estos circuitos en un día completo y ya no les queda tiempo para salir a explorar otros rincones de este parque que va cambiando paso a paso con una serie asombrosa de matices y extrañas formaciones de arenisca, muy diferentes entre sí. Los recorridos alternativos son tres: Ciudad Perdida, el Cañón Arco Iris y la Quebrada Don Eduardo. Además se puede hacer parte del circuito tradicional pedaleando sobre bicicletas. Y para disfrutar de todo esto hacen falta, por lo menos, dos días más de visita al parque.
Los circuitos clásicos de Talampaya –El Cañón, Los Cajones y La Catedral Gótica– son apenas una parte de este parque nacional de 215.000 hectáreas. La mayoría de los visitantes recorre estos circuitos en un día completo y ya no les queda tiempo para salir a explorar otros rincones de este parque que va cambiando paso a paso con una serie asombrosa de matices y extrañas formaciones de arenisca, muy diferentes entre sí. Los recorridos alternativos son tres: Ciudad Perdida, el Cañón Arco Iris y la Quebrada Don Eduardo. Además se puede hacer parte del circuito tradicional pedaleando sobre bicicletas. Y para disfrutar de todo esto hacen falta, por lo menos, dos días más de visita al parque.
CIUDAD PERDIDA El trayecto hacia Ciudad Perdida –que se debe hacer con un guía autorizado– comienza por el lecho seco del río Gualo, donde se deja el vehículo y comienza una caminata sorteando elevadas dunas y pampas pobladas por guanacos. Al llegar a un mirador natural en una elevación del terreno, el desértico panorama se abre en un impresionante “cráter” de tres kilómetros de extensión con fantásticas formaciones que se asemejan a las ruinas de una ciudad fantasma destruida por una lluvia de meteoritos. Ciudad Perdida es una gran depresión en el terreno rodeada por farallones de 250 metros de altura. Vista desde arriba, parece un intrincado dédalo de grietas, galerías sin salida y sinuosos cursos de agua resecos que se bifurcan al arbitrio de las lluvias y el viento. Esta formación surgió hace 120 millones de años y por su centro corre un arroyito milenario que algunos visitantes relacionan con la Ciudad de los Inmortales del famoso cuento de Borges: “Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la opuesta margen resplandecía (bajo el último sol o el primero) la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento era una meseta de piedra”.
Por un flanco se desciende al interior de la Ciudad Perdida para recorrer sus interminables laberintos diseñados por las corrientes de agua de lluvia, que cada verano renuevan estos misteriosos recintos de arenisca. Entre los tesoros escondidos hay una pequeña pirámide casi perfecta y un pozo de 100 metros de ancho por 30 de profundidad.
EN BICI POR EL TRIASICO No hay mejor medio de transporte para interactuar con un paisaje que las bicicletas. En Talampaya hay disponibles 25 bicicletas para alquilar que permiten recorrer algunos de los circuitos tradicionales del parque, siempre con un guía autorizado al frente. Por un lado está el circuito de Los Murallones –el mismo que se hace en camioneta al recorrer el Cañón de Talampaya–, que dura una hora y media y pasa por el sector de los petroglifos indígenas, una cueva y el llamado Jardín Botánico. La segunda alternativa es un poco más larga, ya que dura alrededor de dos horas y media y además de recorrer los mismos lugares que la anterior, se interna por el cañón hasta llegar a la formación de La Catedral. El paseo en sí comienza al pie de una muralla de arena colorada de 130 metros. En la Puerta del Cañón de Talampaya, se pueden ver unos antiguos petroglifos con imágenes de hombres, guanacos, pumas y ñandúes. Y a un lado están los morteros cavados en la roca por hombres de las culturas Ciénaga y Diaguita (siglos III al X). El recorrido continúa al pie de un descomunal paredón de 150 metros hasta el Jardín Botánico, un bosquecillo de 500 metros con una flora autóctona que contrasta con la aridez del parque. Hay algarrobos de 250 años, chañares y molles de penetrante aroma, cuyos tonos de verde se interrumpen bruscamente con la aparición del rojo paredón. Allí el agua de lluvia creó en el frente de la pared una gran hendidura vertical de forma cilíndrica desde la base hasta la cima, llamada La Chimenea.
Luego se sigue pedaleando junto a paredes erosionadas que condensan 250 millones de años de historia geológica. Estos paredones fueron la superficie de la tierra en el período Triásico y luego de estar millones de años sepultados afloraron al levantarse la Cordillera de los Andes. En el trayecto surgen caprichosas formaciones de sedimento y solitarias columnas sosteniendo una gran roca en lo alto. En la lejanía parecen erigirse antiguas ciudades amuralladas, sobrecargadas catedrales góticas y esfinges rojas esculpidas por los designios del tiempo.
Al cruzar el río Talampaya, cuyo arenoso cauce está lleno de piedras, hay que tener cuidado, aunque en general está en buen estado, especialmente entre los meses de enero y mayo, cuando es la época de lluvia y se endurece el suelo.
NOCHE Y DIA Con un par de binoculares y una cantimplora se puede iniciar en Talampaya una caminata a la Quebrada de Don Eduardo, un rincón de insólita belleza dentro del parque. Se parte en una bifurcación llamada Huayquería y se tarda entre dos y tres horas de caminata. Esta quebrada está en el costado izquierdo del Cañón de Talampaya y es la puerta de entrada a un fantástico mundo de miradores esculpidos por la naturaleza en las paredes de arcilla. Al recorrer sus caprichosas subidas y bajadas se obtiene una perspectiva muy diferente de las vistas clásicas de Talampaya.
El Cañón Arco Iris es un circuito que se inauguró en 2005 por un sector muy poco visitado del parque, donde se puede disfrutar de los paisajes en absoluta soledad. Se llega en un vehículo 4x4 recorriendo el lecho seco de varios ríos que reviven en el verano. Y luego de 45 minutos de travesía las camionetas llegan a la boca del Cañón Arco Iris, una especie de puerta natural perforada por las crecidas del río. Allí comienza la caminata de 2 horas y el guía señala la gran cantidad de huellas de zorros, guanacos, pumas y burros que se acercan a excavar la arena hasta que brota el agua.
La forma más sugerente de abordar la belleza del parque es con una caminata en las noches de luna llena, cuando la frescura del desierto en la noche reemplaza al calor diurno. Cinco veces al mes la luna se convierte en un disco de plata que arroja su resplandor blanquecino sobre los murallones, que se ven como una sombra a contraluz. La excursión dura tres horas y comienza en el parador Huayra Huasy. El primer tramo es en vehículo hasta el centro del cañón, donde se hace una caminata de media hora a la luz de la luna. Después se continúa otro tramo en vehículo hasta La Catedral, para observar el contorno negro de sus agujas góticas de 100 metros de altura.
Por Julián Varsavsky para Pagina 12, domingo 22 de noviembre de 2009.
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