PARACAS.- Hace tres años, un terremoto seguido de un tsunami arrasó con todo. El maretazo, como dicen por acá, estrelló lanchones contra las casas, arremetió contra dos tercios de las construcciones y se internó hasta 200 metros tierra adentro.
Hoy quedan pocos vestigios de aquella pesadilla en Paracas, un pequeño puerto sobre el Pacífico, 260 km al sur de Lima. Los hoteles que quedaron reducidos a escombros han reabierto sus puertas, totalmente remodelados. También se inauguraron un par de resorts cinco estrellas, se reanudó y amplió la oferta de paseos, y el turismo retomó el impulso que venía experimentando antes del cataclismo.
Porque hasta estas costas áridas y ventosas llegaban, y llegan, visitantes de todos los rincones del mundo, curiosos por conocer uno de los ecosistemas marinos más raros y ricos que existen. Es precisamente en las islas Ballestas, un conjunto de islotes salpicados a 20 km de la bahía de Paracas, donde se concentran más de 200 especies de aves marinas, algunas provenientes de puntos tan lejanos como Cabo de Hornos o el Artico.
Así, sobre las rocas de granito se apiñan cormoranes, pelícanos, zarcillos (símbolo de las islas, deben su nombre a las dos plumitas que cuelgan al costado de la cabeza, cual par de aretes) o piqueros. Este último, llamado así porque se lanza como flecha al mar en busca de alimento, es también el pájaro guanero por excelencia.
El guano es el excremento de aves marinas y un cotizado fertilizante natural, además de haber sido uno de los principales productos de exportación de Perú en el siglo XIX, hasta tal punto que fue un detonante de la Guerra del Pacífico (por la negativa de compañías chilenas a pagar un impuesto sobre el guano). Se dice además que las islas Ballestas perdieron 30 metros de altura cuando se extrajeron millones de toneladas de este peculiar abono para despachar a Europa y Estados Unidos, a mediados de 1800.
Lo cierto es que hasta el día de hoy las aves siguen depositando lo suyo en estos enclaves, y se puede ver a los trabajadores que aún extraen el guano de manera artesanal, cargando los enormes sacos o costales en botes de madera. Por suerte, la recolección está confinada a un puñado de islotes, de modo que el olor acre y penetrante que de repente invade el aire dura apenas unos minutos.
Pero además de la variedad de aves, sobre las curiosas formaciones rocosas -que incluyen túneles, bóvedas y cuevas naturales- también retozan cientos de lobos marinos, focas y pingüinos de Humboldt, entre otras especies que conforman el gran atractivo ecoturístico de la zona (ni hablar de los delfines que muchas veces acompañan a los saltos y piruetas las embarcaciones de turistas, para deleite de los pasajeros).
Tan rica es la vida en esta bahía -en gran parte debido a las corrientes frías de Humboldt, que llenan las aguas de plancton y microorganismos- que a las islas también se las conoce como las Galápagos de Perú.
Por esa razón son un área protegida donde está prohibido desembarcar, y hay que conformarse con mirar desde las lanchas las manadas de lobos marinos que aúllan, gruñen y se pelean y, en fin, terminan haciendo el show del día.
El bonus del paseo hacia las islas está en el llamado Candelabro, un geoglifo de 130 metros trazado en la arena calcárea de un acantilado, que puede verse claramente sin bajarse de la lancha.
Hay decenas de versiones sobre el origen de este dibujo (que sí, se parece a un candelabro), desde que fue trazado por habitantes de la cultura Paracas, 500 años antes de Cristo, hasta que es obra de navegantes antiguos y piratas (que lo habrían usado para guiarse en los mares), pasando incluso por las fuerzas de San Martín (según esta versión, se trataría de un símbolo masón). Y, por supuesto, nunca faltan las teorías sobre seres extraterrestres. Las mismas que hablan de una extraña y misteriosa conexión entre El Candelabro y las más famosas líneas de Nazca, a menos de 200 km.
La Loca de la Escoba
Las hemos visto cientos de veces estampadas en remeras, gorritos, afiches y cuanto producto de merchandising pueda imaginarse. Las más conocidas son El Mono, El Colibrí, La Ballena, La Araña o El Astronauta, aunque las figuras registradas hasta el momento suman más de 300.
Las míticas líneas de Nazca ahora pueden visitarse volando en avionetas Cessna desde el aeropuerto de Pisco, a sólo 15 km de Paracas, en un viaje a todas luces más corto que si se sale de Lima (el trayecto por la ruta Panamericana, además, no es particularmente un parque de atracciones).
Y cuando, después de sobrevolar durante 40 minutos una sucesión de nubes y dunas y más nubes, aparece finalmente el primer geoglifo, hay que ver cómo sobrevienen los ¡ah! y ¡oh! de los poquitos pasajeros que caben dentro del avión. Porque no es lo mismo apreciar este espectáculo en un documental o en una foto -por poner el ejemplo más cercano- que, desde luego, presenciarlo en vivo y en directo. Y aunque algunos puedan sentirse mareados por los giros e inclinaciones que hace el piloto (para que los pasajeros de ambos lados de las ventanillas puedan ver unos 15 dibujos), la experiencia es de esas que difícilmente pueden olvidarse.
Lo asombroso es que estas extrañas zanjas, algunas realmente gigantes (El Alcatraz y El Loro, por ejemplo, miden 200 metros cada uno), sólo pueden ser observadas en su integridad desde el aire, lo cual ha despertado todo tipo de interrogantes.
Es que sobre el origen de las imágenes, descubiertas en 1927 y Patrimonio de la Humanidad desde 1994, aún se sabe poco. La tesis científica de más peso -no vamos a perder tiempo con las versiones esotéricas que siguen circulando- dice que se trataría del calendario astronómico más grande del mundo, y una de las más tempranas manifestaciones de matemática y física avanzadas. Habría sido realizado por la cultura nazca entre los años 300 antes de Cristo y 700 de esta era, y en su construcción se utilizaron herramientas rudimentarias como cuerdas y estacas.
Esta fue la explicación que impulsó la investigadora alemana María Reiche, que consagró su vida al estudio de este enigma grabado en el suelo. La Loca de la Escoba, la llamaban, porque a principios de los años 40 se instaló en el desierto equipada con una cinta métrica, una brújula, una escalera de mano y una escoba. Con esta última barrió hasta el cansancio la arenilla que cubría las líneas, al tiempo que convencía al gobierno para que restringiera el acceso público al área.
"Tengo definida mi vida hasta el último minuto de mi existencia: será para Nazca. El tiempo será poco para estudiar la maravilla que encierran las pampas, allí moriré", confesó Reiche, también llamada la Dama del Desierto, y cumplió con su palabra. Murió en 1998, cuando las líneas habían sido descubiertas y admiradas por el mundo, en gran parte gracias a su incansable trabajo y dedicación.
Por Teresa Bausili para La Nación
DE FLAMENCOS, PLAYAS Y BANDERAS
Dicen que el General José de San Martín se inspiró en los flamencos de Paracas para crear la bandera peruana, tras notar el intenso color rosado de estas aves que, con sus alas desplegadas, dejaban ver una franja blanca en el centro. De hecho, aquí se celebra cada septiembre el desembarco del prócer argentino.
La Reserva Nacional de Paracas, donde abundan las bandadas de flamencos, fue creada en 1975 en uno de los puntos más desérticos de la costa peruana, y es la única área marítima protegida del país.
Tiene una extensión de 335.000 hectáreas, de las cuales 200.000 están en el océano Pacífico. En tierra, playas de arena brillante y mares tranquilos como La Mina, Yumanque, Playón o Lagunillas son las preferidas por los limeños que visitan la zona para practicar deportes como windsurf, kitesurf y sandboard.
DATOS UTILES
Paseo a las islas
Paracas está 260 km al sur de Lima. El paseo en lancha a las islas Ballestas cuesta US$ 28 por persona, dura 2 horas y tiene dos salidas diarias, a las 8.20 y a las 10.20.
En lancha privada, el costo es de US$ 270 por hora.
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