Las montañas alrededor de Famatina son uno de los mejores lugares para vuelos en parapente.
Para abordar mejor la belleza virginal de algunos remotos rincones de la provincia de La Rioja, hay que dejar atrás el asfalto por un rato y lanzarse a la aventura entre las montañas de los Andes por senderos arenosos y caminos de ripio. La gracia está en tener una mirada más vivencial del paisaje y al mismo tiempo practicar actividades deportivas como carrovelismo en el Barreal, trekking y ciclismo en el Parque Nacional Talampaya, ascensos en 4x4 hasta la mina de oro abandonada La Mejicana, o vuelos en parapente desde los cerros de Famatina. Es simplemente una opción diferente, opuesta al viaje contemplativo para pasar a la acción.
Un carrovela es un triciclo con dos ruedas traseras de Renault 12, una delantera de motoneta, dos bastidores de acero con fuselaje de acrílico y un mástil de aluminio. Mide cinco metros de largo y se mueve exclusivamente por acción del viento. Y en apenas tres minutos puede superar los cien kilómetros por hora.
El Barreal es un antiguo lago seco con sedimentos blancos que parece más bien un salar. Pero su reseca superficie es de una arcilla color té con leche. No hay rastro alguno de vegetación, ni presencia animal, y sólo se ven las construcciones de adobe del complejo turístico Vientos del Señor, elevadas sobre pilotes de madera. Rodeado por las Sierras del Velasco, es uno de los mejores lugares del país para practicar carrovelismo, gracias a los vientos constantes que permiten alcanzar velocidades de 120 kilómetros por hora y “volar” así sobre el terreno liso de 7 km de largo por 4 de ancho sin ningún obstáculo.
Los prestadores turísticos tienen un carro especial que lleva a dos personas. El acompañante no debe hacer absolutamente nada, salvo disfrutar. Y si se siente seguro, puede aprender a maniobrar un poco el vehículo, que avanza haciendo largos zigzags con curvas de hasta 200 metros. La sensación de ir a toda velocidad por este inhóspito lugar podría compararse con la idea de navegar a todo vapor por el desierto, pero de manera silenciosa. Si el acompañante no tiene miedo, el conductor puede realizar algunas piruetas, como inclinar el carro hacia un lado y levantarlo en dos ruedas.
Otra opción es hacer kite-buggy: un pequeño carrito parecido a un triciclo con un barrilete que se sujeta al piloto con un arnés. Barreal es también una buena base para otras actividades de aventura como cabalgatas, mountain bike y trekking.
En el Barreal se hacen vertiginosos paseos en carrovela.
En la Puerta del Cañón de Talampaya se ven unos antiguos petroglifos con imágenes de hombres, guanacos, pumas y ñandúes. Y a un lado están los morteros cavados en la roca por hombres de las culturas ciénaga y diaguita (siglos III al X). El recorrido continúa al pie de un descomunal paredón de 150 metros hasta el Jardín Botánico, un bosquecillo de 500 metros con una flora autóctona que contrasta con la aridez del parque. Hay algarrobos de 250 años y chañares y molles de penetrante aroma, cuyos tonos de verde se interrumpen con la aparición del rojo paredón. Allí el agua de lluvia creó en el frente de la pared una gran hendidura vertical de forma cilíndrica desde la base hasta la cima, llamada La Chimenea.
Luego se sigue pedaleando junto a paredes erosionadas que condensan 250 millones de años de historia geológica. Estos paredones fueron la superficie de la Tierra en el período Triásico y luego de estar millones de años sepultados afloraron al levantarse la Cordillera de los Andes. En el trayecto surgen caprichosas formaciones de sedimento y solitarias columnas que sostienen grandes rocas. En la lejanía parecen erigirse antiguas ciudades amuralladas, sobrecargadas catedrales góticas y esfinges rojas esculpidas por las manos del tiempo.
La Quebrada Don Eduardo: uno de los lugares más espectaculares de Talampaya.
El Cañón Arco Iris es un circuito que se inauguró en 2005 en un sector muy poco visitado del parque, donde se disfruta de los paisajes en absoluta soledad. En un vehículo 4x4 que recorre el lecho seco de varios ríos se llega hasta la boca del Cañón Arco Iris, una especie de puerta natural. Allí comienza la caminata de 2 horas durante la cual el guía señala la gran cantidad de huellas de zorros, guanacos, pumas y burros que se acercan a excavar la arena hasta que brota el agua.
En esta clase de vuelos, el acompañante no necesita tener experiencia previa y se limita simplemente a disfrutar del paisaje. Luego de ajustar bien los arneses y el casco, piloto y pasajero se mantienen a la espera de un viento adecuado para lanzarse sobre el precipicio. En general se despega después de varios intentos, ya que el viento tira con fuerza la vela para atrás hasta que se remonta vuelo de un tirón. Aunque al principio no se va ni para atrás ni para adelante, el instructor estudia las térmicas y dinámicas, corrientes cálidas que pueblan el vacío, para que el parapente avance dando largas vueltas en “U”. Un viento zonda sirve para cobrar altura y se comienza a recorrer, desde todos los ángulos posibles, un valle encerrado entre dos montañas. La mirada desde esta perspectiva aérea es totalmente distinta a cualquier otra. Se ven la Sierra del Velasco y una raya oscura en el suelo que cruza todo el valle: la famosa Ruta 40. Durante el vuelo se puede conversar tranquilamente. El instructor comenta que Cuesta Vieja es el nombre con que se conoce la zona de despegue, a unos mil quinientos cincuenta metros sobre el nivel del mar. Su altura con respecto al Valle de Antinaco es de seiscientos metros. A veces algún cóndor se suma a la misma térmica que usa el parapente, a escasos veinte metros de la vela. Y más o menos a la media hora de vuelo se regresa a la plataforma de partida.
Caminatas sobre los médanos rojos de la Quebrada Don Eduardo.
Al alcanzar los 2800 metros de altura aparecen unos intensos colores oxidados en la superficie pelada de las montañas en la zona de Los Pesebres. A los 3200 metros se llega al Cañón del Ocre, formado por dos murallas muy profundas por donde corre el río Amarillo, que a lo largo del trayecto hay que cruzar incontables veces metiendo la 4x4 en el agua.
A más de 4 mil metros se llega a la fantasmal Estación 9 del cablecarril, llena de transportes de carga abandonados, rieles destruidos, carteles desperdigados por el suelo, casillas de los trabajadores en ruinas y un gran socavón con los despojos del sistema de andamiaje. Con cascos y linternas, los viajeros se adentran en los socavones llenos de estalactitas y estalagmitas coloridas que van del azul intenso al amarillo ocre. Y así se pasan las horas, recorriendo los restos de un pequeño pueblo fantasma en la cima de la montaña, atentos a ver si en el suelo aparece una pepita de oro olvidadaz
Por Julián Varsavsky para Pagina 12
No hay comentarios:
Publicar un comentario