martes, 19 de abril de 2011

La ruta de los volcanes...

Crónica de un recorrido desde la capital provincial hasta las alturas de la Cordillera. Una fascinante travesía entre pueblos encantadores, salares inmensos, desiertos y montañas de más de 6 mil metros de altura. Naturaleza deslumbrante en un escenario poco explorado.


Un hombre baja de su camioneta, apila piedras en la tierra, mira al cielo y mantiene los brazos abiertos durante un largo rato. Por alguna extraña razón, o simplemente por su sonrisa, el rito se nos antoja un amplio abrazo a la naturaleza. Será porque, como él, atesoramos cada uno de los paisajes atravesados durante los 516 kilómetros recorridos hasta llegar aquí, al noroeste de la provincia de Catamarca , donde están Los seismiles, las míticas montañas que superan los 6.000 metros de altura.
Por encima de la cabeza del desconocido, un cartel indica que estamos en el Paso San Francisco , que delimita la frontera con Chile: es el fin de la Ruta de los Volcanes .
Este espléndido recorrido, que se abre paso entre inmensos salares, lagunas, aguas termales y pueblos encantadores, despliega 19 volcanes que fueron venerados por las culturas andinas, antiguas habitantes de la zona.
Habían denominado a estas elevaciones como “Apus”, morada de espíritus protectores a quienes ofrecían sacrificios y ofrendas. Hoy son los andinistas, provenientes de todo el mundo, quienes le rinden culto a este “santuario de altura”.
También los menos avezados pero aventureros pueden llegar hasta estas figuras majestuosas. Sólo hace falta un vehículo 4x4, un guía local, ya que es fácil perderse, y capacidad de sorpresa para apreciar escenarios vírgenes, unos de los pocos del planeta.
La espectacular travesía comenzó mucho antes, en San Fernando del Valle de Catamarca , cuando los mareos y dolores de cabeza, producto del “mal de altura”, eran apenas una advertencia. Y cuando La Ruta de los Volcanes era sólo una serie de puntos negros dibujados en un mapa, que nuestra mirada había transitado con anhelo tantas veces.




Rumbo al oeste
Poco después del desayuno, tomamos la Ruta Nacional 60, que se inicia al oeste de la capital catamarqueña y culmina en el Paso San Francisco. El calor húmedo va quedando atrás pero aún persisten los rastros de verde entre los cerros multicolores que señalan parte de lo que fue el antiguo Camino del Inca, que conducía a la localidad chilena de Copiapó.
Antes de llegar a Tinogasta vale la pena hacer un alto en los pueblos agrícolas Copacabana y La Puntilla , que conforman una “pequeña Italia”: las residencias de estilo neoclásico, con amplios jardines y galería central, se suceden a lo largo del camino.
La mayoría –como era tradición a principios del siglo pasado– tienen anexados oratorios familiares que resguardan imágenes religiosas antiquísimas.
En ambos pueblos se encuentran tejedoras artesanales que elaboran en sus telares hermosas colchas bordadas con flores de colores vivaces, el souvenir típico de la región.
Al fin, en el vasto valle de Abaucán , a la vera del río homónimo, aparece Tinogasta, una de las localidades fundamentales del oeste de Catamarca, rodeada de olivares, viñedos, alfalfares y árboles frutales. Aquí comienza la llamada “Ruta del Adobe”, un circuito que recorre una serie de edificios de varios siglos de antigüedad, construidos con madera y adobe.
Algunas iglesias de ese conjunto albergan imaginería religiosa de Chuquisaca (Bolivia) y pinturas de Cusco (Perú), verdaderas perlas. Son 55 kilómetors que transitan por los pueblos El Puesto , La Falda y Anillaco –fue el centro económico y religioso más importante de la región– y culminan en el pueblo de Fiambalá .
Antes de partir hacia la localidad famosa por sus aguas termales, visitamos la Finca de los Pereyra, un clásico de la zona, donde nos espera un suculento almuerzo: empanadas de carne, locro y buen vino, ideal para mitigar el incipiente frío que ya se hace sentir en las alturas de Catamarca.
La sobremesa nos encuentra sentados debajo de los olivos a algunos, y a otros, muy alegres, ensayando pasos de folclore al aire libre.


Patrimonio arqueológico
En Fiambalá puede verse gran parte del patrimonio arqueológico de la provincia. Lo demuestra la visita al Museo del Hombre, donde se exhiben piezas de las culturas originarias de los valles, como los pituiles, batungastas y mahupacas y los cuerpos momificados de un hombre y una mujer, con su ajuar funerario, de más de 500 años de antigüedad, que fueron hallados en los alrededores de Loro Huasi , un pueblo cercano.
En esta ciudad, también los viñedos son marca registrada. Ocupan grandes extensiones de tierra y le otorgan un color especial al paisaje, además de dar a luz exquisitos “vinos de altura” (a 1.505 metros sobre el nivel del mar).
El relajante paseo entre los cultivos, iluminados por los últimos rayos de sol, culmina en la Finca de Don Diego para degustar sus exclusivos vinos de uva cereza.
Continuamos camino hasta una fantástica quebrada entre las serranías, donde se encuentran las renombradas Termas de Fiambalá. Las aguas emergen a 1.750 metros sobre el nivel del mar y se concentran en 14 piletas de piedra cordillerana con temperaturas que varían entre los 28 y 51 grados centígrados. Justo lo que necesitábamos tras recorrer los primeros 322 kilómetros en busca de Los seismiles.


Los colores del desierto
Partimos de Fiambalá antes de la salida del sol. La ruta 60 gira abruptamente al oeste y se coloca de cara a la Cordillera. En el valle de Chaschuil se hace evidente la increíble gama de colores y texturas de los desiertos de altura: las llamadas “pampas de coirones” pintan un horizonte amarillo intenso, enmarcado por las sierras rojizas y el cielo azul.
Se habla mucho de las fabulosas noches estrelladas de Catamarca –quien haya viajado alguna vez a la provincia puede dar cuenta de ello– pero poco se dice de sus cielos diurnos, límpidos, azules y brillantes como pocos.
Tras dejar atrás al poblado de Chaschuil , la carretera vuelve a colocarse paralela a la Cordillera. Antes de ingresar al dominio de los volcanes, el paisaje vuelve a sorprendernos con médanos gigantes, de arena blanquísima.
¿Cómo conformarse con verlos desde la camioneta? A pesar de que no llevamos tablas de sandboard, la sensación de echarse a rodar por la arena es impagable. Y la imagen de esas montañas radiantes recortadas contra el cielo es arrolladora.
Durante el viaje, el guía nos cuenta que después del Cordón del Himalaya, la cordillera catamarqueña es la segunda área más importante en altura del mundo. Lo confirmamos cuando pasando la Cuesta Brava asoma el volcán Pissis , que se halla justo en la frontera con la provincia de La Rioja.
Sus imponentes cinco cumbres, anheladas por muchos andinistas, alcanzan una altura aproximada de 6.682 metros.


Así que no sólo es el volcán inactivo más alto del mundo sino que se disputa el segundo lugar en la lista de montañas más altas de América (el primero es el Aconcagua) con el cercano Ojos del Salado.
Hasta el momento, los especialistas no se han puesto de acuerdo sobre la altura definitiva de cada uno, ya que la diferencia es de unos pocos metros.
Este último, cuya altura se calcula en 6.864 metros, es el volcán activo más alto del planeta, en cuyas paredes las nieves y los glaciares son perpetuos.
En su interior se advierten fumarolas, que dan cuenta de la actividad volcánica. A pesar de ello, es uno de los mayores desafíos para los escaladores.
Avanzando hacia el corazón de la Cordillera algunos integrantes del grupo manifiestan fuertes mareos y dolores de cabeza, que atribuyen a las sendas degustaciones de vino del día anterior. Pero no es resaca, sino “soroche” (mal de altura), que se mitiga en pocos minutos tras mascar hojas de coca.

El reino de los colosos
Pronto asoman varios de los más importantes “seismiles”, como el cerro de los Patos y el Tres Cruces. También el Walter Penck, ubicado al sur del final del sistema del Ojos del Salado, hasta hace poco una de las cumbres menos visitadas ya que está rodeado de varios volcanes, lo que hace difícil su acceso.
Entre ellos, el que mejor se ve desde la ruta es el Incahuasi, uno de los favoritos de los montañistas, donde se encontró una estatuilla de un ajuar funerario indígena.
Entre estos colosos, se abren lagunas solitarias e infinitos salares, que conforman uno de los paisajes más prístinos y sorprendentes del noroeste argentino.
Los guanacos y llamas nos observan atentamente cuando el vehículo 4x4 se acerca hasta los dominios de las Salinas de la Laguna Verde.
Con su forma de volcán invertido, aparece como un mar esmeralda en medio del desierto, habitado por flamencos rosados. Ya la habíamos visto como una panorámica desde la base del volcán Pissis, donde está el balcón de la Laguna Verde (a 4.200 metros de altura), al que se llega desafiando al viento: desde allí, hacia abajo, puede verse el verde y azul de las lagunas andinas, rodeadas de cerros negros y salares.
Cerca del Paso San Francisco están las aguas azul zafiro de la laguna del volcán Peinado y hacia el norte, el espectacular Salar del Hombre Muerto.
De regreso en la ruta 60, al girar hacia el oeste se ve el majestuoso cerro San Francisco, el más visitado de Los seismiles, ya que se encuentra muy cerca de la carretera y del paso homónimo, que une el territorio argentino con el chileno.
Es el punto final de un fascinante recorrido de casi 200 kilómetros de desiertos, en los que la presencia humana se advierte sólo por las “apachecas” –piedras apiladas– que aparecen de tanto en tanto, una ofrenda de los viajeros a la Pachamama en agradecimiento por haber dejado atrás un sitio para emprender una nueva travesía.
Por María Zacco, diario Clarín, abril de 2011.

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