Desde la altura de un morro-mirador, un panorama de olas aparentemente mansas
Todo ocurre en apenas segundos: dos jóvenes pasan corriendo y de un salto se colocan el encastre en un tobillo, antes de que la tabla toque el agua. Comienzan a remar con las dos manos y el torso desnudo, arrastrándose con fuerza mar adentro. Un instante después, todo es vértigo y adrenalina. A una velocidad que da susto, comienzan a desafiar tubos, canaletas y picantes rompientes de una costa alborotada por el viento mañanero de Ferrugem. Son apenas las seis de la mañana, la mejor hora –dicen– para “correr olas”. Largos rebotes, giros, saltos, combinaciones de piernas y manos, y otros movimientos que el cuerpo humano pareciera no poder realizar. Pero lo hacen, claro, sumergidos más que nunca en su mundo: el mundo surfer. Convertido en los últimos años en “el” destino juvenil del sur brasileño, cada temporada llegan hasta aquí miles de argentinos que, además de los deportes náuticos de moda, aprovechan sus extensas playas, la siempre verde vegetación de la mata atlántica y una agitada vida nocturna.
LA COSTA OCRE Apenas ocho kilómetros separan este balneario de su ciudad de referencia, Garopaba, reconocida por sus servicios e infraestructura. Y no sólo eso: también se destaca por una exuberante vegetación que la define como destino ideal para la práctica del turismo ecológico; por la abundancia de mariscos y ostras; por balnearios paradisíacos como Praia do Rosa, con avistaje de ballenas francas incluido. Localidad destacada de Santa Catarina, Garopaba ve crecer con ritmo juvenil, muchas veces rápido y furioso, un balneario de olas bravas: Ferrugem. Y es que a las muchas posadas, preparadas especialmente para grupos numerosos, llegan cada año miles de turistas de los países vecinos, pero sobre todo de la Argentina. No es casualidad: el fenómeno responde tanto a las condiciones naturales del balneario como a una puesta a tono en bares, boliches y restaurantes de estilo Bali. Son los ingredientes que ejercen sobre adolescentes y jóvenes una atracción casi irresistible. “Está cerca, no es tan caro como otras playas de Brasil, y te encontrás con todos... La movida está acá”, resume un grupo de compatriotas en su tercera temporada al hilo en estas playas brasileñas.
Los buenos surfers entran y salen de las canaletas que forman las olas con gran destreza.
SOBRE LA PLAYA La movida, entonces, comienza por la playa central, una enorme bahía que supera los tres kilómetros, con arenas finas y dos morros a ambos lados. Pero antes de que el turismo lo colme todo, cada mañana se ven pescadores de este y otros pueblos cercanos que llegan desde tierra adentro con sus redes para obtener la pesca del día. Quien se levante temprano podrá contemplar, casi con religiosa ritualidad, cómo van apostándose sobre las enormes piedras clavadas en la orilla, descalzos, mientras observan por dónde vienen las corrientes y qué dicen las olas y el océano. Al rato, entran de a pie unos, y con sus barcazas fabricadas a mano en garapuvú otros, a retirar lo que el mar ha de ofrecerles en la jornada.
Los chicos suelen aprender con rapidez los movimientos y técnicas del surf.
Justamente la arena es protagonista de otra disciplina juvenil: el sandboard. Camino al sur se encuentra un peñasco cubierto de selva, donde comienza un sendero que concluye sobre médanos gigantes de muy buenas pendientes. En ese mini-desierto las bajadas rasantes muestran la destreza de los amantes de estas otras tablas, que pueden alquilarse junto a las de surf en muchos paradores de la ciudad. Hacia el este del balneario central, otras playas extensas suelen ser visitadas por los locales en temporada alta, buscando escapar de las multitudes y disfrutar a pleno del mar vacío. Hacia el otro extremo, la cita es con la Lagoa da Encantada, una laguna que ofrece morros y serranías donde la mata atlántica abraza un silencio perfecto
Por Pablo Donadio para Página 12. Febrero de 2010.
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