A la hora de elegir el destino de las vacaciones, cada vez más argentinos se deciden a profundizar su aprendizaje sobre vinos y a visitar alguna bodega. Las alternativas son muchas, tanto en la Argentina (Mendoza, San Juan, La Rioja, Salta o la Patagonia), como en América del Sur (Chile y Uruguay) o Europa, EEUU, Australia y Sudáfrica, por nombrar los principales destinos de turismo enológico.
El célebre periodista Miguel Brascó contó en un seminario sobre vinos de la Universidad del CEMA que cuando se visita una bodega, por lo general los anfitriones ofrecen una copa a cada visitante para que deguste los vinos. Quienes trabajan allí separan a la gente en dos grupos: los que saben y los que no, según cómo toma cada uno la copa. De más está decir que el segundo grupo suele perderse los mejores vinos de la bodega.
Para que esto no suceda y uno quede seleccionado entre el contingente de "expertos", hay que tomar la copa por su tallo o pata. Tomarla por el cáliz (la parte central de la misma que hace de recipiente), es algo que los conocedores consideran una "herejía" y descalifica inmediatamente a quien lo haga.
Mejor aún es tomar la copa por el pie, con los dedos pulgar e índice. Esto es lo que acostumbran hacer algunos entendidos, pero conviene estar atento a que no se derrame, porque esta posición tan elegante conspira contra el equilibrio de la copa.
Si se quiere causar una mejor impresión y disfrutar plenamente de la degustación, cuando le sirvan a uno el vino, conviene aspirar sus aromas acercando la nariz a la boca de la copa, sin agitar su contenido previamente. Luego, con un movimiento de muñeca, hacer girar el vino de manera circular por las paredes de la copa para que libere sus aromas; repetir esta operación varias veces. Ahora sí estamos en condiciones de ser invitados a degustar los mejores vinos de la bodega
fuente: La Nación. Febrero 2010.
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