Ser una de las ciudades con mejor calidad de vida del mundo no siempre equivale a ser un destino turístico interesante. Sin embargo, Zurich posee de sobra ambas cualidades: calles medievales, paisajes alpinos, un imponente centro bancario y una intensa vida cultural conviven en esta ciudad suiza que parece tenerlo todo.
Desde sus primeros días como asentamiento romano, pasando por las épocas del dominio de Carlomagno y los tiempos de la Antigua Confederación Suiza, esta región siempre supo sacar provecho de su condición mediterránea: es el camino donde todos se encuentran. Aquí es posible hallar relojes suizos, sí, pero también un jardín chino, antiguas fábricas convertidas en centros culturales, una mini réplica de una selva tropical y hasta una librería especializada en literatura latinoamericana.
Las dos orillas del Limmat
Un buen punto de partida para ubicarse es la Hauptbahnhof, la magnífica estación central desde donde salen los trenes locales e internacionales. Desde allí, siguiendo el curso del río Limmat, se despliegan los contrastes antiguos y modernos de la ciudad céntrica hasta llegar a las arboladas márgenes del lago. En la orilla izquierda del río, la Bahnhofstrasse (“calle de la estación”) ofrece un buen panorama de la Zurich financiera. Sus vidrieras de lujo, sus edificios de oficinas y las fachadas de los bancos componen un paisaje a la vez sobrio y opulento, que termina en los muelles de la Bürkli Platz, con el lago y las montañas de fondo.
Pero antes de eso, conviene desviarse por Agustinergasse, una callecita bordeada de tiendas antiguas y muchos barcitos. Al final del recorrido, la iglesia de San Pedro luce su torre adornada con un gran reloj. Detrás de ella se encuentra la abadía de Fraumünster. Su edificio data del el siglo XIII, pero el broche de oro le llegó recién en el XX, con los vitrales diseñados por Marc Chagall y Augusto Giacometti. Más obras de estos pintores (y también de Picasso y Monet, entre otros) pueden verse en el Kunsthaus Zurich (ver recuadro).
Desde Fraumünster, cruzando el puente sobre el río se llega a la catedral de Grossmünster. Con sus novecientos años de antigüedad, esta iglesia de estilo románico cumplió un papel central en la expansión de la Reforma protestante en tierras suizas, allá por el siglo XVI. Hoy por hoy, sus dos torres sirven como referencia a los viajeros: allí donde se las vea a lo lejos es posible ubicar el casco antiguo de la ciudad.
Gracias a su trazado medieval, sus peatonales, sus pequeñas tiendas, sus restaurantes, sus cafés y sus clubes nocturnos, el barrio de Niederdorf guarda un encanto propio, surgido de una combinación única entre el pasado medieval y los impulsos vanguardistas de principios del siglo XX. La atmósfera es alegre, intimista y moderna a la vez.
El rastro de los dadaístas
Entre estas coloridas fachadas, más precisamente en el “Cabaret Voltaire”, nació en 1916 el movimiento dadaísta. Carteles y alguno que otro grafiti recuerda a los visitantes que esta radical crítica a los parámetros artísticos y filosóficos de la época tuvo su epicentro aquí, en pleno corazón de Zurich, antes de extenderse hacia metrópolis como París, Berlín o Nueva York.
De regreso por el puente hacia la Bahnhofstrasse, el reloj de San Pedro marca que ya es hora de merendar. Y como tampoco es cuestión de terminar el día sin probar una de las más famosas especialidades suizas, se impone una visita a la confitería Sprüngli, cerca de la Parade Platz, para probar uno de los mejores chocolates de la región.
A pie, en tranvía o en bicicleta
En Zurich es casi un despropósito tomar un taxi o alquilar un auto. En el aeropuerto, en la estación central y en distintas boleterías en toda la ciudad se puede comprar la ZürichCard por un día o por tres, que permite usar las líneas metropolitanas de tranvía, tren, teleférico o autobús y también vale como una entrada para varios de los museos de la zona.
Otra opción para trasladarse son las bicicletas de “alquiler” gratuito, cerca de la Hauptbahnhof. La modalidad es simple: hay que dejar un documento y un depósito de 20 francos suizos. Si la bici es devuelta en el día, el servicio es gratuito. Si se la regresa al día siguiente, cuesta 10 francos suizos. Con buenos circuitos junto al río y pese a algunas cuestas algo empinadas, puede decirse que ésta es una ciudad “bike friendly”.
En los meses de verano y primavera, una buena opción recreativa se encuentra en las límpidas aguas de Zurich. Junto a las orillas, en los “badis” o balnearios, hay terrazas para tomar sol, darse un chapuzón y hasta asistir a clases de yoga. A la puesta del sol, muchos de los bares de los balnearios abren sus puertas para quienes quieran cenar, tomar una cerveza, escuchar música o mirar una película junto a la ribera.
Otra de las alternativas nocturnas es el antiguo barrio industrial, cerca de la estación ferroviaria. De un tiempo a esta parte, algunos de sus viejos edificios fabriles se convirtieron en restaurantes, galerías de arte, centros de representación teatral o clubes de jazz, reggae y hip hop. Que no serán de origen suizo pero también encuentran su lugar aquí, a la vista de los Alpes.
Por María Sol Porta para Clarín, octubre de 2010.
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