En el origen, dicen, fue el cuero, trabajado hasta volverlo casi de seda, pero aún resistente y capaz de atravesar kilómetros sin desfallecer. Pero incluso antes del cuero, con un elemento tan hostil como la madera se hacían baúles, en donde iban dormidos la ropa, los enseres, los libros santos. Porque esto que hoy nos resulta casi rutinario –hacer valijas– alguna vez no lo fue tanto, justamente porque viajar era en sí mismo una quimera. Algo propio de aventureros, de peregrinos, de gente poco convencional. Tal vez por eso habrá que esperar hasta el siglo XIX para dar con algo asimilable a las maletas que utilizamos hoy. Esto es, valijas cuadradas, de cuero o de cartón, concebidas como un objeto práctico y no como uno suntuario. Porque hasta entonces el verdadero viaje era privilegio de pocos. Pero con el florecimiento de la burguesía y el boom de los transportes, viajar dejó de ser considerado una pesadilla o una necesidad para convertirse en un fin en sí mismo.
Y, por lo demás, la moda femenina de aquellos días comenzaba a necesitar algo más que “cajas” en donde acomodar vestidos y sombreros. Es así como en París, en 1837, Henry Dumas inaugura su primera tienda y la bautiza con el nombre del dios de los caminos, y de los viajes: Hermès. La marca insignia del lujo francés aportará, a los largo de sus 165 años de historia, muchas maravillas y dos carteras con nombre propio: la Kelly bag (en honor a la princesa de Mónaco), y la Birkin (tributo a la actriz Joan Birkin). Pero lo cierto es que por esa misma época otro francés, Louis Vuitton, llegaba –desde su natal Anchay– caminando a París, a comenzar su propia historia.
Tenía 16 años y lo contrataron como aprendiz en una fábrica de cajones. Inquieto, al poco tiempo comenzó a trabajar por su cuenta. Diseñando equipaje, desde ya, porque quizá el mayor talento de Vuitton fue haber advertido a tiempo la fiebre de los viajes que se avecinaba. Y para que cada quien pudiera viajar con total comodidad en barco, tren y –llegado el día– también en automóvil, él diseñó maletas fabulosas. Con esqueletos de madera y metal, apilables, irrompibles. Y para los cruceristas, impermeables. Sus clientes fueron la emperatriz María Eugenia de Montijo, el zar Nicolás de Rusia (para cuyo elefantiásico guardarropas diseñó 25 baúles idénticos), muchos nobles y, en la época de oro de Hollywood, innumerables estrellas.
Vuitton fue quien diseñó en 1875 el mítico “guardarropas” (una valija con cajones y sitio para colgar perchas) y hasta una valija-cama que, en 1879, se usó durante una expedición al Congo.
Pero, con el correr de los años, ese modo sofisticado de entender el viaje fue cediendo ante una nueva evidencia: cada vez más personas necesitaban valijas prácticas, resistentes y menos costosas.
Y esa precisamente fue la visión de otro innovador, llamado Jesse Shwayder, quien en 1910 en Denver, Colorado, comenzó a fabricar sólidas piezas de equipaje. La compañía se llamó en su origen Shwayder Trunk Manufactory Company y por entonces fabricaba baúles de viaje. Diez años más tarde, el negocio crecía al ritmo de los viajes, con una venta neta de 2 mil valijas por año.
En 1926 la firma logra el primer millón de dólares. Pero el gran salto de la marca sucede cuando a su creador se le ocurre tomar una foto de su padre y sus hermanos parados sobre una de sus valijas, vaya si eran resistentes.
Y al pensar en la idea de la fuerza, llegó el nombre de Sansón (Samson, en inglés).
Ese día, nacía una autética leyenda del equipaje: la marca Samsonite, especializada en generar soluciones para diversos “nichos” de viajeros. Por ejemplo, en 1956 presentó la primera ultra liviana, hecha de manganeso y termoplástico; en 1969 lanzó Saturn, la primera valija de polipropileno, y en 1974, otro hallazgo: la valija con rueditas incorporadas, una gran solución.
Y así fue esta historia de a dos, la de uno y su equipaje, esa vieja manía humana de cargar nuestras cosas y estar en todos lados a la vez.
Maleta, ¡camine!
La empresa se llama Live Luggage (algo así como “equipaje vital”) y ciertamente hace honor a su nombre porque en 2008 lanzó un producto que fue el sueño de generaciones de viajeros: una valija que se remolca sola.
Se trata de una especie de versión robótica del clásico bolso de mano, capaz de andar por sí misma con sólo activar un botoncito oculto en la manija.
Por algo en la promoción de este originalísimo modelo la firma aseguraba que sus tecnomaletas podían ser utilizadas por personas de “entre 5 y 95 años”. Adiós problemas de ciática, revoleos innecesarios y manos cargadas hasta límites insosprechados.
Y para que todo sea perfecto en el mundo del equipaje, ahora sólo resta esperar al lanzamiento de la valija que se arme sola. Los viajeros, de parabienes.
Por Fernanda Sandez para Diario Perfil, enero de 2011
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