miércoles, 9 de diciembre de 2009

Destinos unidos por el encanto y un catamarán...

Desde Salvador de Bahía, ciudad clave de la cultura popular, se llega en dos horas de navegación hasta Morro de San Pablo, donde se disfruta de la playa sin autos a la vista


Morro de San Pablo

"Porque nuestras mujeres no se queden viudas", exclama Marcelo, mientras choca su copa con las demás. Parece un brindis trasnochado, pero son las 18.30 y la bebida es jugo natural de maracuyá. Marcelo sonríe con los ojos, saluda a todo el mundo y anuncia su momento sagrado: "Nunca verán un atardecer como éste", asegura minutos antes de que se pierda el sol. Si no fuera por El bolero de Ravel que suena de fondo, sería un instante perfecto.


Pero el bolero está. Donde la naturaleza es un espectáculo en sí mismo llegan los turistas y el sitio cambia para ellos. Entonces, uno debe imaginar cómo era este extremo de la isla de Tinharé hace diez años, cuando sólo había 18 posadas y una decena de casas en alquiler. Hoy son 280 los hospedajes, entre ellos hoteles de alta gama, y los atardeceres en el centro se ven con música a todo volumen.

Claro que hay cosas esenciales que se mantienen: su entorno de jungla, las callecitas sin autos, la posibilidad de andar descalzo. Quien se mueve en zapatillas es seguramente un recién llegado. Las ojotas prevalecen; nadie cambiará eso en Brasil. Así que hay que buscar las playas más alejadas y caminar lo suficiente hasta redescubrir la esencia del lugar.

Otra opción es esperar la noche. Quienes buscan fiesta además de playa encuentran aquí su lugar en el mundo. El Morro es tranquilo, pero con noche agitada, especialmente después del Carnaval. Muchos viajeros llegan desde Bahía para descansar de la gran fiesta que se vive allí, pero no hacen más que extenderla; son otros siete días bailando.

Playas y sabores tropicales
La mayoría viene en catamarán desde Bahía, tras dos horas de navegación tranquila (a la vuelta se moverá un poco). Sobre el muelle aguardan las carretillas. Unos cuarenta jóvenes bien organizados se ocupan de cargar los bolsos y las valijas hasta los hoteles. La primera parte del camino es en subida, de manera que casi todos piden su ayuda. Ellos cobran 7 reales por bolso, o 10, si son muy pesados.

La primera información que se recibe es la tabla de las mareas. De ella depende gran parte de la estada, ya que el mar puede bloquear accesos cuando está muy alto, incluso complicar el regreso cuando uno sale de caminata. Por eso es bueno conocer sus horarios. El ciclo se repite dos veces por día: el mar avanza cada seis horas, y cada seis horas retrocede.



Desde el muelle, tras dejar atrás el imponente portal del siglo XVII y la iglesia de una sola torre -las dejaban así para no pagar impuestos, porque si construían la segunda se consideraba terminada-, se llega hasta la plaza principal, de donde parten dos calles. La más importante es Caminho da Praia, llamada también la Broadway , que llega hasta la primera playa. En el camino se atraviesan locales comerciales, puestos callejeros de frutas, ostras frescas y delicias de Bárbara -una mesita con dulces caseros-, y un par de casas de cambio, que mejor no utilizar. Lo ideal es llegar con reales, porque el cambio es malo, como en un cualquier lugar aislado. Sobre la misma calle se instalan por la tarde puestitos de drinkis tropicales, donde la caipirinha es apenas una bebida más.

Las playas más buscadas son la Segunda, porque tiene mucha arena y movida en sus paradores, y la Cuarta, extensa y menos urbanizada que las demás. La Primera es pequeña y la Tercera, angosta, hasta tal punto que desaparece por la noche, cuando la marea avanza. Entre las más alejadas se destaca Gamboa.


La vuelta de Garapuá
Navegar en busca de otras playas es una opción casi inevitable por la belleza de los alrededores. Todas las mañanas parten lanchas desde la Tercera, en especial para dar la vuelta a la isla de Garapuá, la excursión más típica. Los lancheros están asociados, de manera que garantizan la calidad del paseo, aunque también demasiada compañía, porque llevan a todos los visitantes a los mismos sitios. Uno se encuentra haciendo snorkel, levanta la cabeza y ve llegar una embarcación tras otra. Así que lo mejor es hablar previamente con el capitán y decidir la hoja de ruta, para ir en busca de algunos momentos de soledad.

La primera estación es una zona de corales, ideal para un primer chapuzón con máscara. Después, Boipeia, segunda piscina natural, con playas más lindas y un hombre famoso: Guido, especialista en langostas. Pescador y cocinero, él prepara los mejores platos autóctonos de la zona.



La estación siguiente, Boca da Barra, está repleta de restaurantes. Desde allí, por los ríos del infierno -canales con manglares donde los nativos emboscaban a los portugueses- se llega hasta Cairú, la segunda ciudad más antigua del país, de 1501 (la primera es Puerto Seguro, fundada un año antes). Al Morro se regresa a eso de las 17, para ver la caída del sol.

Nuevamente sobre la Broadway, un joven con disfraz de pirata ofrece entradas para la disco Toca Loca. Cada noche, la fiesta es en un lugar distinto, para que la gente no se desparrame. "Si te gustó una chica en la playa, ahí la encontrás seguro", afirma. Son tres las discotecas, con un punto en común: están administradas por argentinos. La más grande es Pulsar Disco, una mole de cemento escondida entre los matorrales. La entrada cuesta 25 reales. A veces es mejor quedarse en la arena, donde muchas noches hay música y la gente también se encuentra.

Salvador de Bahía
Mujeres vestidas de blanco saltan las olas, cantan y arrojan flores, además de comida y lápices labiales. Las ofrendas son para Yemanyá, diosa y dueña de los mares, "una santa muy coqueta y elegante", aseguran. De esta manera celebran el Año Nuevo, aunque también otras fiestas, que por suerte son muchas. Lo importante es participar al menos de una, porque llegar hasta Bahía y perderse las fiestas es como pisar la arena blanca del norte brasileño y no meterse en el mar.

Las celebraciones son en la costa y la calle, con el Carnaval como máximo exponente. Hay peregrinaciones que parten o llegan hasta alguna de las ¡180 iglesias! de la ciudad. Los tambores siempre acompañan.

La religión católica se combina con el candomblé desde los tiempos de la esclavitud. Por eso, por ejemplo, en sitios como la iglesia de Nuestro Señor de Bonfim -creada por orden del fundador de la ciudad Tomé de Souza, capitán de mar y guerra que prometió construirla si se salvaba de un naufragio inminente- se venden pulseras de colores que representan a los santos de origen africano.

Hay unas doscientas deidades, por eso llaman a la región la bahía de todos los santos . Entre los más importantes están Oxalá, padre de los demás; Oxum, diosa de los ríos y la fecundidad, representada siempre como una mujer voluptuosa; Ifá, guardián de los secretos, y Xango, dios de la justicia.

Las pulseras coloridas se atan a las puertas y rejas de la iglesia, mientras se piden deseos. También se colocan en la muñeca o el brazo, con tres nudos, y allí deben quedar hasta que se suelten por su cuenta, para que los pedidos se cumplan. Cuesta 2 reales el manojo de diez pulseras, que a veces destiñen.

Las mujeres bahianas son una marca de identidad. Pueden verse en miniaturas realizadas por artesanos o a gran escala, como las estatuas de la laguna de Tororó, que representan a Orixá y fueron realizadas por Tati Moreno. Es un paseo turístico desde que se prohibieron allí las macumbas.

También hay típicas bahianas en el Pelourinho, famoso casco histórico, con sus faldas acampanadas, diseñadas así por envidia de las patronas: según se cuenta, así obligaban a las esclavas a cubrir sus curvas. No por casualidad, hasta fines del siglo XIX, llamaban bahianas a las negras bonitas de todo el país.

Con su vestimenta típica, muchas de estas mujeres embellecen aún más el casco histórico, aunque incomodan el paseo. Cada vez que alguien toma una foto, ellas se acercan a pedir una colaboración. Y son muchas, de manera que basta apuntar con la cámara hacia cualquier lugar para tener a una de ellas en el encuadre.

Algo más bravos se ponen los muchachos que hacen capoeira en la plaza principal. Apenas escuchan el clic de una cámara enfrentan a los viajeros pidiendo hasta 10 reales por fotografía, y no se conforman con menos de 2. Luego invitan a disfrutar "de la hermosa tranquilidad de la ciudad"



Con sus calles empedradas y casas coloniales, el Pelourinho es hermoso, pero también hiperturístico. Uno debe alejarse de sus manzanas principales para disfrutarlo en tranquilidad, aunque no puede irse sin visitar, por ejemplo, la iglesia de São Francisco de Assis, con sus techos y paredes repletos de oro. Las figuras que decoran su interior son también un viaje al pasado, cuando los esclavos decidieron vengarse, diseñando ángeles enojados y deformes. Los esclavos no podía rezar en la iglesia porque, según sus dueños , no tenían alma. Pero tenían que trabajar en ellas, y su trabajo quedó intacto.

Luego de pasar por la escuela de gastronomía bahiana, frente a la casa-museo dedicada a Jorge Amado, se puede llegar al Mercado Modelo, que resguarda en el subsuelo más historias sanguinarias. Allí quedaban amarrados los hombres provenientes de Africa, a la espera de ser subastados. Está abierto al público, además de vacío: ni siquiera hay vendedores ambulantes, toda una rareza. En el lugar se armaron rampas, que permiten recorrelo durante la marea alta, cuando el agua cubre gran parte de las salas. En tiempos de esclavitud, claro, estas rampas no existían, así que la espera de los esclavos era más difícil todavía.

Carnaval, sol y arena
Apenas afuera del Pelourinho hay una estatua al poeta de los negros , Castro Alves. Allí comienza parte del Carnaval, que se divide en tres zonas. La primera está repleta de tríos eléctricos , bandas musicales que tocan sobre camiones. Es el circuito Osmar, que transita las calles del centro. El circuito Barra parte del faro y llega a la playa de Ondina. Es el más turístico, mientras que el más familiar es el tercero, Batatinha, por las calles del casco histórico, donde no entran los camiones.

Cuna de grandes artistas, Bahía es considerada por muchos la capital cultural de Brasil. Cerca de 2 millones de personas llegan para el Carnaval, que cuenta con grandes figuras de todo el país. Pero la mayoría llega durante el año, convocada por su clima y la belleza de sus playas. Las de la ciudad no son las mejores, aunque se llenan también de extranjeros.



Las más buscadas son las de la ciudad alta , desde Flamengo hasta el Farol da Barra, donde se organiza en marzo el festival estira verano : con un escenario en el mar, las bandas tocan en formato acústico, mientras la gente escucha y baila dentro del agua.

Las mejores playas están a unos 45 minutos, como Stella Maris, o un poco más lejos, como Praia do Forte, un pueblo de pescadores devenido villa turística, donde se preservan animales marinos, especialmente las tortugas.

Por Martín Wain Enviado especial. Dirio La Nación. 06 de Diciembre de 2009.
Foto: Gentileza Denise Giovaneli/ Embajada de Brasil.

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