Este año se hizo la Primera Bienal de Flamenco en Buenos Aires, con la presencia del cantaor granadino Enrique Morente y más de 60 artistas argentinos, españoles y de otros países. Fue un indicio, o quizá una mecha, que encendió el furor por el baile, el cante y el tapeo, que se extiende como reguero de pólvora en un imperdible circuito urbano, la Ruta del Flamenco porteña.
Seminarios, clases de baile y cante para principiantes, intermedios o avanzados; guitarra y percusión; luthiers que fabrican cajones; especialistas que hacen zapatos y modistas expertas en batas de cola. Bares de tapas, tablaos y programas de radio. Shows en vivo con espectáculos que resuenan en la noche porteña y crean un circuito cada vez más grande y endiablao. Entre palmas y taconeos, los compases asincopados del flamenco contagian con un fervoroso hechizo. Después, el lamento o el quejido del cantaor arranca una pena incomprensible para el oído no entrenado, que adivina lo que cuenta la historia de la canción.
La técnica y el alma
El circuito del flamenco porteño es una cadena cuyos eslabones crecen de modo exponencial. En shows, radios, centros de colectividades y teatros se mueve un promedio de 1.500 personas; profesores que dan clase, alrededor de 500; alumnos de baile, unos 15.000; de guitarra, hay que contar unos 25 profesores y cerca de 250 alumnos; de cante, al menos 10 maestros y 50 alumnos. Y en el ruedo de quienes confeccionan zapatos, accesorios y vestidos, la cifra roza las 20.000 personas. Sitios por Internet y publicaciones, una decena. Y dedicados a la gastronomía, unos 2.000 cocineros, expertos en tortillas de papa y otras exquisiteces como el buen jamón crudo o las cazuelas de pescado.
Cada lugar se ganó su espacio: "Avila", el tablao pionero de Miguel Hernández, con jefe de cocina y bailaor Pastor Gómez; "Cantares", un centro con escuela, tablao y buen tapeo: cuadraditos de cerdo marinados con aceite y luego fritos, patatas con aioli, cordero con almendras, paella, albondiguillas marroquíes, pollo y postres típicos como natilla de chocolate o vainilla y el brazo de gitano; el "Rincón Andaluz" y el "Centro Andaluz" de Santos Lugares, con la excelente profesora Ana Simón, así como los Centros "Salamanca" y "Burgalés", donde da clases Marcela Rodríguez, todos apegados a lo típico.
En la zona de Congreso vive un buen número de gitanos que improvisa tablaos nocturnos en bares. En Palermo Hollywood, "Tiempo de Gitanos" ofrece una cena-show con un menú preparado por el chef español Manuel Gómez. Ya sea por pasar una noche distinta, o por experimentar el baile o el cante, cada vez son más los que se enganchan en la ruta del flamenco porteño. Por lo general se empieza siempre meneando las caderas arriba del tablao (rumba), pero enseguida pica la curiosidad y se pasa a una clase. Pero para bailarlo, además de la técnica, hay que poner el alma.
Pasión gitana
La letra fraseada con cortes que no respetan las reglas de la sintaxis prenden bien hondo en el corazón. Mal de amores, la "soleá", la muerte y la vida. Pura pasión gitana sobre el tablao. Puro embrujo entre las mesas donde el público se deja llevar por el "jaleo". Cada uno es distinto del otro y, sin embargo, todos se funden en el mismo entusiasmo.
"Me acerqué al flamenco hace más de diez años como bailaor -dice Juan José Naranjo-, pero enseguida sentí la necesidad de tener un espacio propio -señala su salón de la calle La Rioja- y luego quise una revista -"Flamenco en Argentina"- y un sitio web para divulgar el arte. Es cierto que cuesta, porque practicamos una cultura que no es la nuestra, aunque seamos hijos o nietos de españoles. Pero la demanda es grande, y obliga a trabajar más y más. Para nosotros, los payos (así se llama a los argentinos que abrevan en el género), el desafío es mayor", dice.
Hace casi cinco años que tiene su restaurante, donde dicta clases y organiza peñas para aficionados, generalmente los domingos. Cante, baile y recitado. A veces van coros de colectividades, como el del "Rincón Andaluz". Los sábados a la noche, además, hay un cuadro flamenco, ritual riguroso: es el verdadero tablao. "La gente come mientras el espectáculo está en su apogeo -agrega Naranjo-, y para mí ésa es la esencia del tablao: baile, cante y disfrute de un vino con alguna tapa; aquí, en esta estructura y en estas condiciones, el impacto no es el mismo que en el teatro. En el tablao, hacer flamenco es más difícil; todo está más cerca". Y las gotas de sudor de las bailaoras caen como lluvia durante unas sevillanas, que aunque son danzas folclóricas españolas, se "aflamencan" y hasta tienen una coreografía (Lola Flores las bailó en la película "Sevillanas").
Corazón andaluz
En este género de música y danza, originario de la Andalucía del siglo XVIII, tuvieron un gran protagonismo los gitanos andaluces. A ellos se debe su desarrollo en cante, baile y toque. Incorporaron ritmos africanos y americanos para crear un estilo con diferentes facetas en las que voz, palmas, guitarra y cajón son los instrumentos básicos. "Hay como 60 'palos' de flamenco -explica Naranjo-, y aclara que 'palos' son los ritmos o géneros principales. Cada 'palo' tiene subgéneros, como un árbol genealógico de familias rítmicas; cada ritmo pertenece a una región de Andalucía y es diferente, porque toma su propio 'aire'. Pero todo nace del cante, en el que los 'palos' tienen sutiles diferencias; a veces, un tono distinto del guitarrista cambia todo".
Carlos Soto, un cantaor payo de los buenos, es investigador e historiador de estos temas. Cuenta que algunos "palos" no tenían baile; por ejemplo, las peteneras o las seguiriyas, que son subgéneros como la soleá, el fandango, el tango o el tanguillo, entre otros. Según Naranjo, "el fenómeno del flamenco como se da hoy arranca aproximadamente en 1992, cuando empiezan a llegar distintos maestros de España. Hay un quiebre cuando vuelve La China, argentina que se formó en España con nuevas técnicas de baile. Demostró que había que hablar un nuevo lenguaje flamenco, y había que aprenderlo. Por eso muchos, cuando advirtieron que era mucho más que zapateo, empezaron a estudiar; fue una revolución que entró por el baile. Unos 30 maestros de aquella época se hicieron formadores, y hay un centenar de ex alumnos que ahora dan clase. Pocos -una decena, quizá- tienen la destreza de la bata de cola, y la enseñan. Y pocas, también, son modistas especializadas, como Alicia Añino Gandolfi".
Se dice que con "Soy gitano", la famosa telenovela con Osvaldo Laport -año 2003- hubo un reflujo flamenco y los actores de la tira se pusieron en manos de profesoras como Claudia Bhauthian, La China y Fabiana Pouzo. Emilio y Argentina -emblemática pareja de gitanos del tablao "Avila"- compusieron la canción "Zafiro y Luna" para la telenovela. Y surgió un deseo irrefrenable de estudiar, especialmente entre las mujeres jóvenes. O no tanto.
Para Nilda Cardinal (60), profesora de danzas nativas argentinas, "el flamenco fue un increíble descubrimiento. Empecé tomando clases particulares y hace un par de años que curso en 'Cantares', con el profesor Claudio Arias. Tomo 5 horas semanales y soy una estudiante intermedia. La mayoría de los alumnos, una vez que ingresa, no deja. Tenemos ensayos con cantaor y guitarrista y podemos elegir el 'palo'. Durante el año bailamos en el tablao y a fin de año hacemos una muestra en el Teatro Avenida". María Balmayor, dueña de "Cantares" y actriz, organiza la puesta en escena.
Las palmas marcan una pulsión que es pura energía. Y la música evapora el estrés de esa mente llena de preocupaciones que, al menos por un buen rato, sueña con Joaquín Cortés y escucha a Camarón de la Isla, que canta desde el cielo.
Por Sissi Ciosescu Especial para Viajes de Clarín. Domingo 06 de diciembre de 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario