Diario de viaje por uno de los estados de la India más apartados del turismo y con rasgos budistas, junto a los Himalayas
Popularmente conocido como Dev Bhumi, Tierra de los Dioses, Himachal Pradesh es un montañoso estado de la India al oeste de los Himalayas. La mayor parte de su población vive de la agricultura en pequeñas aldeas. Y si bien la gran mayoría es hindú existe allí también un significativo número de budistas.
Con una altitud que varía de los 350 a los 7000 metros sobre el nivel del mar, sus vastas montañas están cubiertas de bosques, flores silvestres, ríos, cascadas, huertos de manzanas y... plantaciones de cannabis.
A 40 kilómetros hacia el norte de Kullu -capital del distrito-, Manali es la población más frecuentada por los mochileros en esta región apartada del turismo tradicional. Allí, lo ideal es visitar los templos y recorrer los senderos junto al río Beas. El pueblo se divide en dos partes: una nueva, con la estación de buses, el mercado y varios hoteles; y un viejo Manali, elegido por los mochileros, adentrado 5 kilómetros en la montaña, lleno de casas donde alojarse y panaderías.
Una de las primeras cosas que captan la atención son las plantaciones de cannabis, como yuyos de un color verde fosforescente por todas las calles. Las plantas no sólo se ven, sino que también se huelen, entremezcladas con flores salvajes de la zona y otras cuidadosamente cultivadas como la caléndula, los claveles y gladiolos amarillos, blancos, rojos.
Dejamos nuestras cosas en el cuarto de Om Guest House (la habitación, 3,5 dólares la noche), con su cama poco cómoda pero limpia, baño privado y dos sillas con una mesa para desayunar, pasar la tarde o cenar mirando el hermoso jardín. Y bastó el primer ascenso para chocarnos con el único templo en la India dedicado a Manu, sabio creador de la humanidad y escritor del Manusmriti. Reconstruido en 1992, es visitado diariamente por locales que llegan a rezar y agradecer junto con turistas de todo el mundo.
Por la única calle que recorre el viejo Manali uno se topa con puestos de ropa, chicos jugando, panaderías, restaurantes, vacas y turistas. Imposible no parar en las panaderías y probar por un dólar las tortas de manzana, chocolate, nueces, queso, las galletitas, medialunas o los sándwiches.
Acompañados por un espléndido sol, emprendimos la caminata de seis kilómetros hacia Vashisht y Kothi, donde los locales recomiendan ir para sentir la montaña en su plenitud y conocer las cataratas. Siguiendo el río Beas llegamos a un templo dedicado a Rama construido con piedras alrededor de un inmenso roble. Uno de los tantos babas, personas espirituales de la zona, vino a recibirnos. Con sus largas rastas, tez oscura, ojos transparentes y edad indescifrable nos dio un fuerte abrazo e indicó el camino a las cataratas. El opto por quedarse. Sin embargo apareció sorpresivamente antes que nosotros allí arriba.
"Llegaste volando", le dije. "Me gustaría volar." Me respondió que era posible, tomó mis manos y me guió hasta una piedra llana donde nos sentamos. Con las piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas y las palmas hacia arriba comenzamos a meditar, mirándonos fijamente a los ojos. No puedo definir cuánto tiempo pasó, pero aún recuerdo la sensación de relax. Lo invitamos a tomar un chai y nos contó que, según su creencia, nacemos y morimos solos ya que todos somos uno, pero nos vamos haciendo amigos por el camino.
A la tarde, de vuelta en Manali, un señor mayor que cargaba con una valija llena de esencias y aceites nos ofreció un masaje mientras esperábamos nuestra comida en Friend Restaurant. Por la módica suma de un dólar, cada uno recibimos un masaje de pies, manos y cabeza. Cada vez más relajados disfrutamos de unos fideos salteados con verduras, plato clásico en cualquier restaurante turístico para quienes no toleran la comida picante.
Juegos en el bosque
Con un bus desde Manali recorrimos 50 kilómetros en tres horas hasta Banjar, y luego otro bus local para llegar al Great Himalayan National Park.
El parque, fundado en 1984, abarca 754 kilómetros cuadrados. Caracterizado por su biodiversidad, sus aldeas y el poco turismo, cuenta con inmensos bosques de robles y bambúes, prados alpinos, el rápido río Thirtan y 375 especies de mamíferos, aves, reptiles y anfibios. Los locales viven en un nivel primario de subsistencia con un contacto exterior muy limitado más allá de las zonas cercanas. La ruta principal que comunica el parque se pierde en la montaña alejándose de la civilización.
Para alojarse, la mejor opción es el pueblo de Sai Ropa, donde comienza el parque y donde está su refugio principal. El refugio ofrece habitaciones dobles con baño privado por US$ 3, dobles con baño compartido por US$ 2 y dormis por un dólar. Optamos por el dormi, una habitación con 10 camas y baño compartido donde, de todos modos, estábamos solos.
Caminando, conocimos a un grupo de chicos que jugaban al costado de una ruta con unas frutas redondas y verdes. Nos enseñaron con mucho entusiasmo cómo trepar a los árboles y remover el fruto que luego hay que partir contra una roca para llegar a la nuez que tiene dentro. Esos mismos frutos verdes los usaban para dibujar sobre las rocas. También nos demostraron su habilidad física para pararse de cabeza como todo yogui y hasta colgarse como trapecistas de cables de teléfono. Siempre con sus sonrisas sinceras, con ganas de aprender, de compartir, de enseñar, de observar, jugamos toda la tarde. Ninguno sabía inglés, pero nos comunicamos. Estaban felices de que les sacáramos fotos y después ver su imagen en la pantalla de la cámara. Mientras, pasaban buses llenos de gente (hasta en los techos) saludando y sonriendo. Hasta que el padre de los chicos los vino a buscar para volver a casa, era hora de que la familia saliera a juntar agua para el día siguiente.
Al otro día volvimos a verlos, esta vez en el colegio, con uniformes de colores que variaban según el grado al que pertenecían, marchando en fila al compás de los tambores que hacían sonar los más grandes. Les preguntamos a las maestras, qué hablaban poco inglés, si nos podíamos quedar y contentas accedieron. En un pizarrón dibujamos animales, flores, casas, árboles; ellos levantaban la mano y nombraban cada cosa en inglés y en hindi. Jugamos en el patio al pato ñato, a la mancha, al pulpo, y bailamos, saltamos, cantamos y aplaudimos. Atentos, copiaban todo lo que hacíamos. Nos despedimos con abrazos y besos.
Caminar por el parque nacional es absorber energía verde. Por la única ruta decidimos hacer dedo para avanzar más rápido. El primer auto que pasó nos acercó al próximo y último pueblo accesible en cuatro ruedas. Nos indicaron que tomáramos el camino que nace al costado izquierdo del templo y empezamos a subir por la montaña. Los locales, felices de vernos, nos ofrecían manzanas. El estado de Himachal Pradesh tiene una vasta producción de manzanas y los trabajadores -hombres, mujeres, jóvenes, viejos- cargan desde lo alto de la montaña cajas de 20 kilos todos los días. Nosotros estábamos cansados de llevar una mochila de dos kilos.
El paisaje es imponente: árboles que parecen dibujados, ríos fuertes y ruidosos, cabras pastando y los tradicionales perros que acompañan y guían en el viaje. Nunca encontramos el cartel tallado en madera que indicara Bienvenidos a la entrada principal del parque, porque no existe. El parque es todo y dentro de él viven familias en aldeas alejadas a las que sólo se arriba a pie, saltando ríos y esquivando animales, en medio del paraíso. Frenamos a tomar un chai y la gente del lugar nos miraba asombrada; muy pocos turistas llegan a esta zona.
El hogar del Dalai Lama
En 1950 la recién nacida República Popular China liderada por Mao Tse Tung invadió Lhasa, capital del Tíbet. En 1959 tras la trágica represión en la que murieron miles de tibetanos, el guía espiritual -el 14° Dalai Lama- y sus seguidores se exiliaron en la India y Nepal. McLeod Ganj, suburbio a 9 kilómetros de Dharamsala en el oeste del estado de Himachal Pradesh, es hoy su hogar.
Por las angostas y sinuosas calles de McLeod Ganj circulan cientos de monjes -tanto hombres como mujeres- rapados y con largos trajes amarillos o anaranjados que simbolizan la vida sencilla y la sabiduría. Se venden artesanías tibetanas y momos, thenthuk y balep korun, entre otras típicas comidas del Tíbet, en la mayoría de los restaurantes.
Nos ofrecimos como voluntarios para ayudar en las clases de inglés gratuitas que se dan a los exiliados en uno de los tantos centros que promueven la liberación del Tíbet, con documentales y charlas abiertas acerca del tema. La Free Tibet School está dirigida por uno de los exiliados y su novia, Sara, de Estados Unidos.
Tuvimos la suerte de estar allí los días de las enseñanzas del Dalai Lama. Locales y turistas de todo el mundo caminamos desde la estación de buses hasta Tsuglag Khang -predio que contiene el templo principal, el monasterio Namgyal y el hogar y las oficinas del guía espiritual- para verlo. Por el patio principal pasó saludando en su traje morado y amarillo con lentes de sol, luego escuchamos las enseñanzas a través de varios parlantes y televisores que lo transmitían en vivo durante la mañana en tibetano y a la tarde en inglés.
Esta zona de montaña también es especial para los trekkings. El más recomendado es transitar los 9 kilómetros hacia Triund, donde se puede pasar la noche en carpa. Otra opción es pasar el día en Palampur y conocer sus grandes plantaciones de té. Allí, la lluvia y el sol nos regalaron un arco iris que se extendía en el horizonte detrás de una aldea iluminada y brillante en contraste con el fondo gris. Mojados y felices tomamos un chai y nos despedimos de Himachal Pradesh.
Por Victoria Verzini Para LA NACION
EXCURSION AL VALLE DE PARVATI
El valle de Parvati está al norte del estado de Himachal Pradesh entre los ríos Beas y Parvati. La primera parada para emprender la aventura por este valle es el pueblo de Manikaren donde se ven pasar vacas, chicos jugando con monedas, locales llenos de juguetes provenientes de China, suéteres tejidos a mano, artesanías en madera y mantas. Pasan bueyes tirando carros cargados de ladrillos, gente descalza con turbantes coloridos en sus cabezas, mujeres vestidas con saris y marcando cada uno de sus pasos con el sonar de sus tobilleras. Todo a la vez.
El paso de los días nos enseñó que no se necesitan tantas cosas, por lo que una mochila entera la dejamos en la guest house que nos alojó esta primera noche, una casa subiendo la escalera principal donde la familia se ofreció a cocinarnos.
Todos los días salen colectivos y camionetas locales hasta Barsiani donde hay que empezar a caminar. Nosotros tuvimos la suerte de conocer a Geilal, que iba al mismo lugar que nosotros. Otra opción es contratar a gente local que te guía por la montaña y también carga la mochila. Primero fuimos a Pulga donde invitamos a nuestro amigo a comer.
Seguimos camino el mismo día hacia Kalga, un pueblo similar, pero más adentrado en la montaña y menos conocido con el fin de seguir camino a Kheer Ganga.
Aguas curativas
Desde Kalga el recorrido es a pie durante 4 horas pasando por la catarata Rudra-Nag, que sorprende en medio del verde de los pinos de montaña. Kheer Ganga, a 2960 metros, es un paraíso hippie. Las creencias dicen que Siva permaneció aquí meditando durante 3000 años, y con el fin de proteger el área natural hundió su tridente en la tierra para calentar las aguas hoy características del lugar y de extrema importancia tanto para los hindúes como para los sijistas y budistas por sus propiedades curativas.
Nos alojamos en la casa de un amigo de Geilal, Balom. La casa se llama Ice and Fire. Balom llegó a Kheer Ganga hace 15 años. Cuenta que en ese entonces no había agua ni luz, y hoy con orgullo nos ofrece una habitación en su mansión construida con plástico y barro, una gran carpa con mesas y colchonetas en el piso, y pequeñas chozas que alquila por noche.
La electricidad la obtiene con paneles solares. Todos los años vuelve a construir su morada que se destruye durante las nevadas de octubre. El restaurante de Ice and Fire ofrece una gran variedad de exquisitos platos, fríos, calientes, de desayuno, postres... a precios accesibles, aún más cuando uno se percata del lugar donde está.
Ninguna de estas casas tiene duchas. Las piletas de agua caliente natural son de acceso gratuito, están a 20 metros de la aldea, con espacios separados para hombres y mujeres
La Nación, Febrero 2011.
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