Viajar abre compuertas en la cabeza y en el alma, siempre. Fui a Perú en noviembre de 2008 para filmar "Los Condenados", una película del director español Isaki Lacuesta. Entre mis compañeros de elenco estaban Daniel Fanego y Leonor Manso, y formamos una "troupe" divertida. Mucha gente piensa que la vida de los actores es puro glamour pero, a veces, es un camino de cornisa y eso, exactamente, fue lo que experimentamos durante ocho horas desde Lima. Una tarde cálida y con nuestros bártulos y equipo a cuestas, debimos emprender el viaje en una combi, trepando los Andes. Entre el soroche y el vértigo alcanzamos los 4.800 metros de altura sobre el nivel del mar para luego bajar por una serpenteante ruta que tenía a un lado la inmensa montaña y, al otro, el abismo, hasta llegar, finalmente, a una zona selvática en el Valle de Chanchamayo.
Nos instalamos en el pueblo de La Merced, que fue nuestra locación y hogar durante cuarenta días. Rodeados de plantas enormes y flores increíbles cohabitamos actores, técnicos, amables lugareños y cientos de pequeños monitos en un clima amigable y, debo decirlo, tremendamente caluroso. El "ecolodge" donde nos alojábamos no tenía aire acondicionado y los ventiladores no alcanzaban. Las grandes hojas de palmera servían de sombrilla para el sol implacable y un gracioso cartel advertía "Cuidado con los cocos". Y era para tener en cuenta: enormes y a gran altura eran potenciales misiles sobre nuestras cabezas. El pueblo, encantador y colorido, tenía un hermoso río que bajaba de la montaña en cascadas tentadoras de agua cristalina. Imposible bañarse, la contaminación de cianuro por la práctica de la minería a cielo abierto lo convirtió en un arma fatal. Difícil no pensar en la impunidad de algunos intereses.
La película se rodó felizmente y mis recuerdos de la selva son maravillosos y exuberantes. Terminamos nuestro trabajo un 28 de diciembre y regresamos a Lima.
Con Leonor decidimos premiarnos con una visita al Machu Picchu para celebrar el comienzo del nuevo año y allí fuimos. Nos alojamos en un hotel cercano a la Ciudadela. Tuvimos nuestra cena de fin de año y apenas amanecía cuando partimos, en compañía de un guía, para hacer nuestro recorrido. Luego de un ascenso escarpado llegamos al Mirador donde converge el Camino del Inca, desde allí la vista del conjunto de Machu Picchu corta el aliento: estábamos ante el reinado del Sol y la obra más fabulosa de Latinoamérica. La planificación urbana magnífica, las terrazas de cultivo, sus palacios, sus lugares rituales, el centro astronómico son maravillosos exponentes de la sabiduría de los Incas.
Nos sentamos en esas piedras eternas en un estado mágico; favorecidas por la soledad del día y la hora nos quedamos largo rato en silencio fascinadas por una imagen que desborda todo. Acaricié una piedra perfectamente pulida, era sólo una piedra pero guardaba el sentido y la voluntad de un pueblo capaz de propósitos y una mística que trascienden y perduran en el tiempo. Un tesoro conmovedor e inolvidable.
María Fiorentino para Clarín, abril 2010
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