Cuando se visita cualquier ciudad del mundo, la recorrida suele empezar por el casco antiguo, los principales monumentos, las plazas, las iglesias y otras herencias del patrimonio histórico. Aunque pueden aparecer las menciones a bibliotecas, como la Biblioteca Nacional de París, con su forma de libros abiertos, o la British Library con sus tesoros antiguos, no es tan frecuente escuchar la recomendación para la visita inexorable a una librería. Lejos, muy lejos de la virtualidad que hoy construye librerías de bytes y libros electrónicos, el reino del libro tangible puede ofrecer una experiencia bella y diferente, más allá de las barreras idiomáticas. Para sortearla, se puede empezar por una librería bien local, El Ateneo Grand Splendid, que saltó a las páginas de los diarios de medio mundo cuando el diario británico The Guardian la puso en el segundo lugar del listado de librerías más bellas del mundo.
BELLEZA PORTEÑA Decenas de miles de libros, y miles de visitantes por día, en la que se considera la librería más grande de Sudamérica. Pero lo que impacta no son los números sino la escenografía, palabra que bien le cabe a este ambiente nacido como un teatro a principios del siglo XX. La historia empieza con la llegada a la Argentina del inmigrante austríaco Max Glucksman, que hizo construir el edificio en 1919 en el barrio por entonces conocido como “el Saint-Germain porteño” (Buenos Aires siempre tuvo aspiraciones parisienses, aunque la mayor obra de arte del Grand Splendid es la cúpula pintada por el italiano Nazareno Orlandi). Los arquitectos no se privaron de eclecticismo, con un frente al estilo griego, cariátides incluidas, y un interior que recuerda a los más bellos teatros clásicos europeos: las 500 butacas y cuatro hileras de palcos fueron testigos, a partir de los años ‘20, de los primeros conciertos de tango y música ciudadana que luego se editaban en el sello El Nacional Odeón, también de Glucksman. El Grand Splendid hizo historia sobre la calle Santa Fe: por su escenario pasaron desde Gardel hasta la compañía de Alicia Alonso, y en su sala se exhibió La divina dama, primera película sonora difundida en Buenos Aires. Convertida en librería hace una década, hoy se mezclan en los palcos –convertidos en recónditos rincones de lectura– porteños y turistas en busca de libros y de un toque de nostalgia.
ESPEJITO, ESPEJITO... “Dime cuál es la más bella”. Aquella clasificación ya famosa que consagró al Ateneo Grand Splendid puso a la cabeza, como librería más hermosa del mundo, a la Boekhandel Selexyx Dominicanen (“la Selexyz”, para los amigos) de la ciudad holandesa de Maastricht. Y es difícil discutirle el puesto, si se considera que la librería funciona en una espectacular iglesia gótica del siglo XIII, en el centro de la ciudad cuyo nombre circuló por todo el mundo con aquel famoso tratado que fundó la Unión Europea en 1992.
En realidad, se trata de una de las 38 sucursales de la cadena BGN repartidas en 17 ciudades holandesas: pero es probablemente la única que visitan incluso aquellos –como la mayoría de los turistas– para quienes el holandés es una lengua insondable. Sólo que aquí, salvo los habitués, no se miran las tapas de los libros: los ojos tienden a irse hacia el techo, altísimo, con una bóveda diseñada más para dioses que para seres humanos, con frescos bien en las alturas. El edificio, que pertenecía a los dominicos y cesó sus funciones religiosas en 1796, cuando se produjo la ocupación francesa, tuvo varios usos hasta que fue rescatado por Selexyz en 2005. Sólo en la vieja Europa, donde avanza la necesidad de transformar las iglesias con fines que permitan su ingente mantenimiento, puede encontrarse un lugar semejante, remodelado con maestría por el estudio de arquitectos Merkz y Girod, que instaló estanterías con escaleras y ascensores para aprovechar la altura de la iglesia: el viaje a través de las estanterías de varios pisos es así un auténtico “ascenso al paraíso” de los libros. No falta el detalle de una mesa de lectura... con forma de cruz. Como curiosidad, se puede recordar que otra iglesia medieval de Maastricht fue reconvertida, pero esta vez en hotel: es el Kruisherenhotel, cuya experiencia sirvió también en la remodelación de Selexyz.
En la Selexyx Dominicanen la nave gótica de una iglesia devino en templo de libros.
A LA PORTUGUESA En la otra punta de Europa, Portugal no se queda atrás y completa la tríada de más bellas del mundo con la deliciosa Livraria Lello de Oporto, plena de la saudade y el romántico encanto de la lengua portuguesa. Además, es la única de las tres que nació como librería, sin veleidades divinas ni teatrales. De vieja historia, se remonta al año 1869, cuando fue fundada con el nombre de Livraria Internacional por Ernesto Chardron, en la Rua dos Clerigos. En 1894 pasó a manos de José Pinto de Sousa Lello, dueño de una librería en la Rua do Almada, y su hermano António: sin embargo, no cambió de nombre por “Lello & Irmao” hasta 1919.
Desde entonces sigue en manos de la misma familia, sumando décadas y libros con perdurable elegancia. José Manuel Lello, uno de los herederos, decidió renovarla hace 15 años, apelando “no sólo a su pasado de ricas tradiciones, sino también a la exigencia de hacer perdurar esa ideal de amor por los libros que se tradujo en la edificación de una obra arquitectónica única en el mundo”. En el interior de la librería una vasta sala, con una galería por donde se accede a una escalera ornamental, permite recorrer las mesas de exhibición, custodiados entre los estantes y los bancos de madera por los grandes nombres de las letras portuguesas: Eça de Queiroz, Camilo Castelo Branco, Tomás Ribeiro. Y desde el techo, un vitral que dibuja el ex libris de la casa también deja entrar una luz tamizada ideal para la lectura.
PARIS BIEN VALE UNA LIBRERIA París tiene el placer incomparable de recorrer los bouquinistes del Sena, con esas bateas que reúnen a la Biblia junto al calefón... aunque sea en francés. Es la mejor librería al aire libre que se pueda imaginar, pero tiene serias rivales bajo techo a lo largo de sus pasajes estrechos y las amplias avenidas a lo Haussmann. Están, claro, las hiperlibrerías de la Fnac y el Virgin Megastore, además de las varias sucursales de Gibert Jeune, para encontrar todas las novedades que se puedan desear, pero la más famosa de todas no necesita gigantismos: es la pequeña Shakespeare and Company, en el quinto arrondissement. Ya que a París le gustan las contradicciones, su librería más conocida se dedica a la literatura anglosajona, como en los tiempos en que estaba en la Rue Odéon y la regenteaba Sylvia Beach. Se dejaban ver por allí Hemingway, Ezra Pound y James Joyce, entre otros grandes escritores de la época. El sueño terminó en 1941, durante la ocupación alemana de Francia: diez años más tarde otra librería inglesa, Le Mistral, abrió a cargo de George Whitman en la Rue de la Bûcherie. Punto de reunión de una nueva generación, con Allen Ginsberg a la cabeza, cambió de nombre y fue rebautizada Shakespeare and Company a la muerte de Sylvia Beach. Hoy, como ayer, en el primer piso viven algunos viajeros que pueden cumplir su sueño de dormir entre libros a cambio de trabajar en la librería varias horas por día. Y aunque desapareció Brentano’s, otra librería norteamericana que estuvo un siglo y medio sobre la Avenue de l’Opéra, sobre la Rue de Rivoli queda Galignani, de apellido italiano pero especializada en libros en inglés. Es la heredera de Simone Galignani, uno de los primeros en valerse de la recién nacida imprenta para editar nuevos libros –como la Geografía de Tolomeo– célebres en su tiempo. Aunque ya no existen ni el diario ni la editorial, que supieron tener prestigiosas firmas inglesas –Byron, Wordsworth, Thackeray, Scott– la librería perdura y se especializa, como para estar a tono con su bellísimo entorno y salvar las diferencias idiomáticas, también en libros de arte.
Por Graciela Cutuli para Página 12, abril 2010.
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