martes, 16 de junio de 2009

Trekking sobre el hielo en El Chaltén

Dentro del Parque Nacional Los Glaciares, en la provincia de Santa Cruz, una caminata sobre los laberintos blancos del glaciar Viedma, explorando sus grietas, sumideros e increíbles túneles de hielo. Por Julián Varsavsky. Fotos de Daniel Rivademar.



“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.Gabriel García Márquez

Parado sobre la cubierta de un barco en Lago Viedma, vi por primera vez en mi vida el frente de un glaciar. Detrás de una escarpada pared blanca, se podían entrever millares de picos de hielo como cúpulas amontonadas en forma caótica, una detrás de la otra hasta el infinito. Incontables catedrales transparentes parecían sepultadas bajo los hielos, vislumbrándose apenas la forma puntiaguda de sus ruinosas cúpulas. Había también torres de hielo a medio caer que parecían edificios inclinados como la Torre de Pisa. Y el frente del glaciar era como una gran muralla agrietada -dejando traslucir entre las “hendijas” sus entrañas azules- que se regeneraba a sí misma derrumbándose todo el tiempo sin terminar nunca de caer.

Una atracción no del todo racional me insinuaba que me acercara a develar que había detrás de esa muralla radiante, que esconde mucho más de lo que deja ver. Detrás de ella, el cuerpo combado del glaciar se perdía viboreando como una lengua de hielo que subía hasta el fondo de un gran valle. Y hasta allí quería llegar yo.


El Chaltén

Cuando llegué a El Chaltén por primera vez hace unos 10 años, la excursión inicial que me propuse hacer fue el trekking sobre el Glaciar Viedma, para abordar la belleza del hielo atravesando sus entrañas con unos grampones bajo las botas.
La excursión comenzó la mañana siguiente desde el puerto de Bahía Túnel, 17 kilómetros al norte de El Chaltén, navegando en El Huemul. Esta embarcación con ventanales panorámicos parte todos los días con rumbo sur sobre las aguas diáfanas del Lago Viedma, originado de los deshielos en los glaciares.

Navegábamos por el centro de un gran valle glaciario, donde sobresale el filoso pico de granito del cerro Fitz Roy. Y al llegar a un cabo rocoso la embarcación viró hacia el oeste y apareció como un fogonazo blanco la pared de 2,5 kilómetros de ancho por 50 metros de alto del glaciar Viedma, cuya superficie total es de casi 1000 km2, el triple que la del célebre Perito Moreno.

Poco antes de desembarcar –con todos los pasajeros sobre cubierta— se desprendió de la pared del glaciar un gran fragmento de hielo acompañado de un estrépito descomunal que retumbó en todo el valle. Era como una gran estela de piedra blanca -alta y angosta- cayendo hacia delante en cámara lenta, igual que un árbol hachado por un leñador. Entonces se hundió en el lago y salió a flote convertida en témpano.

A caminar


Desembarcamos a la hora y media de navegación. Pero una caminata sobre un glaciar tiene sus prolegómenos: hay que colocarse bajo las botas unos grampones con dientes de hierro. La ansiedad de los viajeros era incontrolable así que partimos en fila india en grupos de 15 personas. Pero los primeros pasos de robot sobre el hielo eran algo torpes, con las dentadas suelas clavándose en el hielo.

El aspecto más fascinante de la superficie glaciaria es su irregularidad. Cada metro cuadrado es distinto al otro y se levantan en ellos las más extrañas formaciones que uno pueda imaginar. La sensación es la de atravesar un sinuoso laberinto con lomadas de hielo y filosos picos que, a veces, forman pirámides casi perfectas. Pero de repente se abren bajo los pies grietas de hasta 40 metros de profundidad, al fondo de las cuales corren caudalosos arroyos virginales del agua más pura que pueda existir.

Pero el lugar más asombroso fue uno de esos efímeros túneles de hielo que abren los pequeños cursos de agua. Estos túneles aparecen y desaparecen de manera azarosa, así que encontrar uno supuso el privilegio de ingresar por una boca y salir por la otra, atravesando la médula del glaciar por esa especie de gélidos socavones de un metro y medio de alto.

En cierto momento la caminata por La era del hielo se detuvo para tomar algo caliente y comer una barrita de cereales frente a un gran sumidero. Este fenómeno curioso ante el que nos deteníamos a cada rato consiste en unos profundos hoyos azules en la superficie del glaciar que miden entre 3 y 10 metros de ancho, cuya profundidad va desde los 3 a los 40 metros. El origen de los sumideros es por lo general una simple piedra arrastrada por el hielo cuya superficie queda expuesta al sol. Y como las superficies oscuras captan más calor que el hielo, al calentarse la piedra va derritiendo su base congelada y comienza a hundirse formando un hoyo. Estos se profundizan cuando alguno de los pequeños cursos de agua que caracolean sobre el glaciar pasa justo por encima de un sumidero y comienza a caer por él agrandándolo. A veces estos arroyitos se convierten en atronadoras gargantas que tragan miles de litros de agua por minuto, horadando el glaciar hasta su base de piedra.

El sonido
El de los glaciares es un paisaje sonoro y en constante movimiento. Al rato de estar caminando uno se acostumbra al eco permanente de pequeños y grandes estallidos que parecen tiroteos lejanos e incluso cañonazos atronadores. Al fondo de la gran masa de hielo parecen sucederse violentas tempestades y guerras secretas con remansos de paz, rellenados por el rumor del agua que corre y el sonido del viento cortado por las puntas del hielo.

Sobre el final de la caminata, el glaciar ya se nos perfila como la compleja trama de un universo concéntrico de rectas transparencias que chisporrotean con el sol. Sus fulgores encandilan impidiendo ver más allá de su irregular superficie. Y al asomarnos a su contorno abruma pensar que detrás de esas torres de cristal puedan esconderse venturosas maravillas, acaso los enigmas del origen del hombre, el secreto de la belleza perfecta, o alguno de los paraísos perdidos que buscaron los aventureros de la Patagonia en el siglo XVI. Al igual que la selva –esa otra muralla natural con algo de impenetrable–, éste hermético microcosmos gélido permanece casi vedado a nuestros sentidos, cuyo único consuelo es intuirlo superficialmente.

Una vez de regreso a bordo del Huemul –bajo un rojo atardecer–, ya no hay forma de dejar atrás la caótica geometría del hielo. Ni de librarse de esa imagen fría y abstracta como la de los espejos vacíos, que es al mismo tiempo un luminoso laberinto de formas cambiantes, dignas de acompañarnos hasta el fin. (fuente: argentina.ar)

2 comentarios:

Julietto dijo...

Hola desde México, di con tu blog de pura suerte y me llamo la atención tu viaje, suena muy interesante crees que tengas acceso a las coordenadas de donde esta este glaciar ó un poco de mas informacion de donde esta?.

Saludos y Gracias
Julio Ramos

Pablo dijo...

Hola Julio!
Gracias por contactarnos, que bueno que encontraste nuestro blog.
Te cuento que El Chaltén es una pequeña villa dentro del Parque Nacional Los Glaciares, rodeada de inigualable belleza natural, a sólo 220 kilómetros de la ciudad de El Calafate, en la Patagonia argentina.
Es un lugar paradisíaco para visitar y disfrutar. Se puenden realizar desde caminatas,sky, visitas a al glaciar Perito Moreno hasta atravesar los lagos embarcado...
Solo hay que organizarse y dejarse llevar.
Te dejo este link de un paquete turístico (hay muchos más)que te permitirá tener una idea del lugar y de nuestra empresa: http://www.thennattravel.com/es/regiones/patagonia-sur/0/6-calafaate/

Saludos
Pablo

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