jueves, 3 de diciembre de 2009

Córdoba tiene sus 7 maravillas...

Las siete maravillas elegidas sintetizan el amor depositado por los hombres a una tierra que les ofreció cobijo y espacio para desarrollar ideas y establecer valores: Los Capuchinos, La Cañada, el Camino de las Altas Cumbres, el Palacio Ferreyra, la Manzana Jesuítica, los Túneles de Taninga y la Catedral resultaron distinguidas.


Desde que el hombre se convirtió en sedentario buscó identificarse con el lugar en el mundo que eligió para vivir. Así, la imagen del poblado, la localidad o la ciudad que habitaba se le antojó pronto parte de su propia imagen, una condición que compartía con el resto de la comunidad que pisaba el mismo suelo. El concepto de comunión a través de esa identidad ciudadana cobró mucho más peso en aquellos lugares que conformaron su urbanización con ese sopor de tolerancias que fue el encuentro de razas consecuencia de la inmigración, un caleidoscopio que logró acomodar todos sus colores cuando las pinceladas del crisol de culturas decidieron ceder al choque para asentar criterios compartidos.

Iglesia de Los Capuchinos


Y Córdoba es uno de esos lugares, la provincia entera, a los cuatro vientos, una manifestación del encuentro entre hombres provenientes de distintos rumbos con una tierra abierta y dispuesta a ser moldeada, aun a costa de cicatrices. Por eso, no es de extrañar que entre las maravillas elegidas ocupe un lugar de privilegio la Cañada, ese tajo que alguna vez hizo daño y que terminó por convertirse, cirugía estética mediante, en el sedante natural que día y noche aquieta la fiebre urbana con la frescura de sus tipas y la gracia de sus reflejos cansinos, aquellos que pretenden trasladar la imagen fragmentada de la ciudad, como espejos flotantes, hasta ese mar ajeno que promete trasladarla y convertirla en universal. Ni la Pelada, ni la Papa de Hortensia, ni el chico que vende La Luciérnaga le cuestionarán, jamás, que fracase en esa empresa, porque para los cordobeses ese curso de agua es una salida al océano, un boleto de ida a la fama y al reconocimiento internacional.




La Cañada


Una por una. Pero vamos desde el principio, que más de 90 mil cordobeses, hijos, nietos y bisnietos de aquellos que construyeron la provincia desde el llano y le pusieron brillo adentro para sacarla a pasear afuera, en una convocatoria que superó todas las expectativas y que con amplitud se ubicó muy por encima de sus antecedentes –como el Cordobés del Año–, dijeron presente para elegir las siete maravillas de esta tierra. Y la más votada fue la iglesia de Los Capuchinos, esa inyección de agujas góticas con la que día a día infectamos el cielo de esencia cordobesa, previo paso por arabescos de formas y colores donde se confunde la paquetería de personajes como Jardín Florido con el desprejuiciado cuarteto, el té de las 5 con el ferné con coca y la mar en coche, esa que se va a recorrer la tercera maravilla más votada: el camino de las Altas Cumbres, en sus dos versiones: el antiguo, de los puentes colgantes y las vertientes; el nuevo, un pedazo de civilización que el hombre le arrebató a la piedra en una lucha de años plagada de ruidosas batallas con dinamita.



Camino por las Altas Cumbres



Palacio Ferreyra


La cuarta maravilla más votada fue el Palacio Ferreyra, esa casona en la que todos soñaron vivir, una especie de Ferrari cordobesa estacionada frente al Parque Sarmiento y con las llaves puestas para ser robada por las fantasías. Desde ese plano imaginario y popular, el Palacio fue la casa de todos y, como toda casa, se convirtió, en secreto, en el mejor lugar del mundo para estar cuando no se quiere estar en ningún otro lugar.



Manzana Jesuítica

La quinta maravilla elegida es la Manzana Jesuítica, ese cofre que guarda desde orgullos hasta secretos inconfesables acumulados en los más de cuatro siglos que tiene la ciudad capital, un tesoro que guarda, y casi siempre ofrece con generosidad, la incalculable riqueza de esa historia forjada con sólidos valores y convicciones inquebrantables, como la fuerza de sus muros, que fueron capaces de absorber gritos, secar lágrimas al sol y ponerle eco a la alegría.



Túneles de Taninga


La sexta maravilla son los Túneles de Taninga, obra que reúne el esfuerzo del pasado con el del presente, conjuga el sueño de progreso de un rincón cordobés que tuvo su tiempo dorado con la sacrificada persistencia de quienes se niegan a dejar la tierra que aman aun en condiciones en extremo adversas. Y esta elección es una prueba de ello, porque la gran cantidad de votos que obtuvo su candidatura es una ofrenda de esta población actual para con sus padres y abuelos, un tributo que honra la memoria de quienes creyeron que aquel oeste cordobés sería próspero por siempre y dejaron esa gran obra como testimonio de sus creencias, de su fe insuflada con la riqueza que le daban la cría de mulas y el producto de las minas. Son como túneles del tiempo, donde entra por un lado la época en la que fue el lugar más poblado de la provincia para salir por el otro a la actualidad, donde sólo el conmovedor paisaje es capaz de disimular las carencias, tanto de pobladores como de posibilidades. Un viaje que fue de ida pero que espera ser de vuelta.



Catedral de Córdoba

La séptima maravilla es la iglesia Catedral de Córdoba, esa que desde hace décadas les hace frente a los amaneceres urbanos o le pone sombras graciosas a cada tarde soleada. Esa, la de la postal, la de la tapa del libro turístico, la de las palomas, la de las luces y la puerta del dicho popular, la del rezo y la limosna, la de los chicos de escuelas del interior que vienen a conocerla porque si no la conocen es como si no conocieran la gran ciudad.

Como una final del mundo. Estas son las siete maravillas de Córdoba, las que fueron elegidas en una convocatoria que, como en una final del mundo, tuvo alargue y penales, en los que quedaron afuera por muy poco otras magníficas construcciones. Una convocatoria que contó con el esfuerzo de padrinos, con campañas que incluyeron caravanas, publicidad en medios de comunicación, expresiones culturales, peñas y un abanico de manifestaciones de apoyo que superaron toda imaginación inicial, todo lo cual convirtió a la elección en una disputa de igual a igual donde, como se puede ver al pie, desde la séptima maravilla hasta la ubicada en el puesto 17 se produce una escalera donde sólo un centenar de votos separa a una de otra.

Por eso, a las que quedaron fuera de las siete elegidas nadie les podrá quitar el valor de la adhesión recibida, la empatía lograda desde las comunidades que las apoyaron y las soñaron como maravillas, como símbolos donde canalizar esa necesidad de identificarse con la tierra que se ama, con ese lugar a través del cual nos parecemos a nuestros vecinos.

En cuanto a las siete obras elegidas, serán ellas ungidas con la responsabilidad de representar a los cordobeses desde ese plano de las emociones con el que se sostienen las pertenencias. Piedra por piedra, ladrillo por ladrillo, rincón por rincón, nuestros lugares comunes. No son más que eso, pero son todo eso. No son más que obras del hombre, pero son obras de nuestros hombres, y la emoción y el orgullo que eso nos provoca es la principal maravilla, una construcción que se forma con cada una por separado, pero especialmente con todas a la vez.


Por Jorge Londero, La Voz del Interior

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