Debido a la red de canales que la atraviesan, Amsterdam es conocida como "la Venecia del Norte", una comparación que no le calza del todo bien, ya que, por su carácter cosmopolita, la capital de Holanda tiene más puntos en común con urbes vibrantes como Londres, Nueva York o Barcelona. Se trata de una ciudad a escala humana, un lugar que se puede abarcar en paseos a pie o en bicicleta (el medio de transporte preferido por sus habitantes), pero que sin embargo ofrece todos los atractivos propios de una gran urbe. En sus barrios se mezclan la bohemia de los cafés y los bares de jazz, el glamour de sus tiendas de diseño, el legado de artistas como Vincent Van Gogh y la impronta multicultural de los numerosos colectivos de inmigrantes que la habitan, principalmente llegados desde antiguas colonias como Surinam, Java o Sumatra.
"Vive y deja vivir", es la frase de cabecera de los "amsterdamers", gente reconocida por su tolerancia y su liberalidad. A lo largo de la historia, su ciudad siempre ha estado a la vanguardia de la lucha por los derechos de las mujeres y de los homosexuales, y allí, durante los años 60 y 70, la filosofía hippie explotó con la misma intensidad que en la lejana California.
Rastros de aquellos años de "libertad al extremo" son los coffe-shops -bares con menús de drogas blandas que pueden ser consumidas legalmente- o los escaparates del Red Light District -el Barrio Rojo- donde ofrecen sus servicios prostitutas empadronadas como cualquier otro trabajador autónomo.
"Los que vivimos aquí casi no frecuentamos los coffe shops ni el Barrio Rojo", asegura Joris Van Wisen, estudiante de la prestigiosa Universidad de Amsterdam, nacido allí hace 29 años e hijo de padres hippies que hoy viven retirados en una casita frente a un canal, en los suburbios de la ciudad.
"Todo eso es más para consumo de los turistas, sobre todo para los ingleses, que vienen en masa a festejar despedidas de soltero o cosas por el estilo". Haciendo una mueca despectiva, afirma que aquellos que centran su visita en los alrededores del Red Ligth District se van sin conocer nada de lo que ocurre realmente en la ciudad, lo mismo que si alguien pasara por la Ciudad de Buenos Aires sin salir de Puerto Madero.
Para poner a prueba esta hipótesis, Joris asume la tarea militante de mostrarnos la verdadera cara de Amsterdam, en un recorrido que, al parecer, no deja demasiado espacio para el reposo.
"Aquí pasan tantas cosas de noche como de día, así que prepárense para dormir poco", desafía nuestro guía, con una media sonrisa maliciosa en la cara.
Las calles y los canales
"Comencemos con algo clásico", propone Joris. El primer paseo transita por la orilla del río Amstel, en torno del cual se encuentran varios edificios icónicos de la ciudad. El primero en aparecer es el Amstel, un hotel de porte aristocrático, levantado en 1867, en el que suelen alojarse las grandes celebridades y los miembros de la nobleza europea. "Allí se casó la princesa argentina", apunta Joris.
Aunque su estilo lujoso intimida un poco, es un buen lugar para ir a desayunar o a tomar un té por la tarde, no excesivamente caro y con una hermosa vista de la ciudad y el río. Siguiendo el curso del río Amstel pasamos por la puerta del Teatro Carré, especializado en musicales y circo, y cruzamos el río para meternos en la zona de los canales.
En esta parte de la ciudad, al sur del centro, está la Utrechtsestraat, una calle plagada de tiendas de ropa y objetos de diseño en la que cualquier "fashion victim" podría pasarse días enteros. Hay locales de diseñadores carísimos, pero también ferias americanas en las que se puede conseguir una campera retro impecable por apenas unos pocos euros.
El tibio sol del mediodía se refleja en el agua de los canales, mientras marchamos hacia nuestro almuerzo, que será un picnic con productos comprados en Kaaskamer, una tienda que constituye un pequeño paraíso para los amantes del queso.
Situada en la calle Runstraat, casi llegando al canal Kaizersgracht, ofrece una variedad infinita de excelentes quesos holandeses y fiambres ahumados, así que un buen plan es comprar una baguete y armarse un sándwich "deli" para disfrutarlo en un banco frente al Kaizersgracht.
Tras el almuerzo, volvemos sobre nuestros pasos. "Vamos a ver un par de lugares típicos del viejo Amsterdam", dice nuestro guía. "Ya tendremos tiempo de llegar a Jordaan, no se apuren". Jordaan es algo así como el Palermo de Amsterdam, el barrio de moda, cool y modernísimo, al que todo el mundo quiere ir a ver y dejarse ver apenas pone un pie en la ciudad. "Bah, no sé qué le ven", se mofa Joris. "Está lleno de malos restaurantes atendidos por camareros frustrados porque quieren ser artistas o directores de cine".
Sobre el mismo canal Kaizersgracht se encuentran las dos perlas del viejo Amsterdam que Joris quiere que visitemos: las casa-museo Van Loon y Geelvinck Hinlopen, dos típicos ejemplos de vivienda holandesa del siglo XVII, que tienen el valor añadido de encontrarse frente a un canal, por lo que su arquitectura es realmente sorprendente.
La Geelvinck Hinlopen es más refinada, con jardines de estilo francés, mientras que la Van Loon ofrece un fiel panorama de la manera en que vivía una familia de clase media-alta en la Amsterdam de hace varios siglos y tiene una interesante colección de obras de arte.
Damos un salto de lo antiguo a lo moderno en un par de pasos: a la vuelta de la casa Geelvinck Hinlopen se encuentra el Foam, el magnífico Museo de Fotografía de Amsterdam. El clima ha mutado radicalmente (otra marca de identidad de la ciudad) y ahora cae una llovizna helada, así que nos parece una excelente opción refugiarnos dentro de las cálidas salas de esta institución especializada en fotografía contemporánea, que combina exposiciones de maestros como Cartier-Bresson y muestras dedicadas a nuevos fotógrafos de todo el planeta.
Es un lugar imperdible, luminoso y acogedor, y cuando acabamos el recorrrido ya es casi de noche.
Joris nos hace correr hacia el Bloemenmarkt, el mercado de flores flotante que aparece en muchas de las postales que se venden en los negocios para turistas.
No está muy lejos, sobre el cercano canal Sigel, pero cuando llegamos los puesteros ya están guardando los cajones de tulipanes, fresias, claveles y rosas dentro de sus tiendas flotantes y se disponen a cerrar.
"Mejor, a esta hora hay menos turistas", masculla Joris, decidido a ver el vaso medio lleno de la situación. Cerca de la céntrica plaza del Dam tomamos una cerveza en un bar belga que ofrece 120 variedades diferentes de "jugo de cebada": rubias, tostadas, negras y hasta con frutos rojos.
Luego, Joris acepta a regañadientes llevarnos a comer al Jordaan, por lo cual tomamos un camino que nos hace pasar por delante de la casa-museo de Ana Frank y del Homonumentum, un monumento erigido en homenaje a los miles de homosexuales que murieron en los campos de concentración del nazismo.
A nivel arquitectónico, el Jordaan poco tiene que ver con Palermo, pero es cierto que notamos algo familiar en los restaurantes con velitas en las mesas y música onda chill-out.
Entre viajeros y locales
Después de la cena, tomamos unas copas en el Struik (Rozengracht 160), un bar en el que había una muy equilibrada mezcla de viajeros y locales. Y, de allí, partimos a la disco Paradiso, el templo nocturno por excelencia de Amsterdam.
Se trata de una antigua iglesia que en los 70 fue sede de la movida contracultural de la ciudad de Amsterdam y ahora es la disco de moda (en verdad, lo es desde hace muchísimos años).
Tiene altísimos pasillos que balconean sobre sus tres pistas, cada una con una especialidad musical diferente: dance, música negra y rock, entre ellas.
Pasamos la noche navegando de pista en pista y cuando ya estamos para bajar la persiana, Joris nos empuja hasta el Café Weber, un antro after-hour que recibe a los sobrevivientes de la disco Paradiso.
Mañana en los museos
La cabeza me estalla y creo que tengo un calambre en la pantorrilla derecha, pero todo eso poco le importa a nuestro anfitrión Joris, que ahora nos arrastra hasta el Rijksmuseum a las 9 de la mañana.
Lo curioso es que el museo está cerrado por reformas, pero bueno, parece ser que no se puede pasar por la ciudad de Amsterdam sin verlo aunque sea desde fuera. También cerrado está el Stedelijk, un espectacular centro de arte moderno, pero no así el también cercano Museo Van Gogh, probablemente el sitio más visitado de la ciudad junto con el Red Ligth Square.
El museo Van Gogh es uno de esos maravillosos museos a escala humana, que no agotan al visitante y atesora la mayor colección de obras del genio holandés.
Además, los viernes por la noche, en su bellísimo edificio –que recuerda al del Malba porteño– tienen lugar eventos culturales, como conciertos de música clásica o sesiones de DJs.
Al mediodía reponemos energía en un puesto de comida ambulante que ofrece croquetas de pollo, bandejitas de papas fritas con mayonesa y salchichas (el menú fast food típico holandés) y luego caminamos rumbo al barrio Jordaan.
Paseamos un rato por el Noordermarkt, un mercado de pulgas buenísimo, donde hay discos viejos, pósteres de películas, ropa y objetos antiguos, además de alimentos orgánicos y de granjas de las afueras de la ciudad.
El resto de la tarde la gastamos en Negen Straatjes ("Nueve Calles"), un barrio de tiendas de diseño, cafés y pequeños comercios de estilo, situado junto al Jordaan.
La caída de la noche nos encuentra nuevamente frente a un vaso de cerveza. Joris habla de un bar estilo punk que no podemos dejar de visitar, situado justo a unas cuadras de una casa tomada (un squatt), donde parece que habrá una fiesta incandescente.
Primero pienso en resistirme, pero finalmente no digo nada. Es que los "amsterdamers" –o al menos éste– no aceptan un no como respuesta.
Por Juan Carlos Marino, diario Clarín, febrero 2010
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