Las iguanas marinas de isla Fernandina son las más grandes de Galápagos.
“Este grupo de islas viene a constituir un pequeño mundo aparte o, como si dijéramos, un satélite dependiente de América, de donde ha recibido a algunos colonos extraviados.” *
Desde el aire, las Galápagos parecen manchas aisladas en la inmensidad del Pacífico. El archipiélago de Colón –tal su nombre oficial– tiene trece islas grandes, seis más pequeñas y cientos de rocas e islotes esparcidos alrededor de la línea ecuatorial y a casi mil kilómetros de Sudamérica. Las islas emergieron del mar por actividad volcánica hace unos 6 millones de años. Además están ubicadas al borde de la placa de Nazca, que se desplaza hacia el sudeste, es decir hacia el continente; por lo tanto se encuentran en continuo movimiento y transformación. Cada isla surgió en un momento diferente; la primera fue Española y las últimas Isabela y Fernandina, que siguen en proceso de formación con increíbles erupciones donde la lava brota del mar con toda su fuerza. Debido a su origen volcánico y a su aislamiento, en Galápagos la evolución de las especies siguió su propio camino, transformando a este destino en un gran laboratorio natural al aire libre.
AUSTERIDAD NATURAL Volamos de Guayaquil a Puerto Baquerizo Moreno, en la isla San Cristóbal, capital y segundo aeropuerto después de Baltra. Al bajar del avión lo primero que se ve son grandes cactus en medio de un paisaje frugal. Muchos se desilusionan con la bienvenida, esperando exuberancia tropical, pero en esa austeridad se esconden tesoros que han hecho a las Galápagos mundialmente famosas. Los mismos tesoros que un 10 de marzo de 1535 sorprendieron a Fray Tomás de Berlanga, el entonces obispo de Panamá y casual descubridor de las inhóspitas islas con tortugas gigantes, iguanas, lobos marinos y miles de aves. De esa época (y del español antiguo) viene el término galapagoe, que significa “montura”, seguramente por semejanza con el caparazón de la tortuga.
“La” postal de Galápagos: el Pináculo y las playas de la Isla Bartolomé.
Otras fechas están marcadas en el calendario histórico de las islas. Desde 1593 se escondieron aquí saqueadores de galeones españoles, y hacia 1790 explotó la cacería de lobos y tortugas. En 1832, Ecuador anexó las islas y envió convictos, artesanos y granjeros para colonizar. Pero la visita más importante llegó el 15 de septiembre de 1835: Charles Darwin, a bordo del “HMS Beagle”. El joven naturalista inglés vislumbró cuán especial era el archipiélago y tomó datos cruciales para desarrollar su Teoría de la Evolución. En 1959 se creó el Parque Nacional, y en 1979 la Unesco declaró a Galápagos Patrimonio Natural de la Humanidad.
Nosotros, mientras tanto, del aeropuerto fuimos al puerto y subimos al “Eric”, barco híbrido (además de combustible tenía energía solar y eólica) que sería nuestra casa flotante por una semana. La mejor manera de ver Galápagos es ir de isla en isla, desembarcando de día y navegando de noche. Apenas nos acomodamos, conocimos a los guías naturalistas, Iván y Cecibel, al capitán Pedro Vallejo y su tripulación. Hicimos un brindis de bienvenida y zarpamos a conocer las islas encantadas.
LA ISLA DE LOS PAJAROS “Diríase que las aves de este archipiélago, no habiendo aprendido todavía que el hombre es un animal más peligroso que la tortuga o el Amblyrhynchus (iguana marina), se le acercan sin temor.” *
Así le dicen a Genovesa porque en 14 km² hay tal cantidad de fragatas, gaviotas de cola bifurcada, piqueros, golondrinas, gaviotas de lava, palomas, petreles y pinzones de Darwin que resulta para los ornitólogos una auténtica fiesta. Esta isla con forma de herradura posee una caldera volcánica cuya pared se derrumbó y formó la Bahía Darwin. Además se ha mantenido inalterada por el hombre, gracias a su aislamiento geográfico y a la falta de agua dulce.
Desembarcamos en la playa cerca de unos lobos marinos de Galápagos, que viven en todo el archipiélago y suman unos 48 mil ejemplares. Son muy juguetones y curiosos con los visitantes y, si bien no se pueden tocar, muchas veces son ellos mismos quienes se acercan a la gente.
Lo primero que vimos fue un pichón de fragata común que ni se inmutó al descubrirnos. Por su gran tamaño, costaba creer que fuera una cría y que dependiera de sus padres durante tantos meses. Pero acababan de explicarlo cuando llegó la madre, abrió el pico y comenzó a alimentarlo. Fue un momento único. Aún asombrados por el espectáculo, nos encontramos con un reptil: era la iguana marina más pequeña de Galápagos, contó Iván, explicando que en cada isla son diferentes según el alimento disponible. A metros de allí conocimos al simpático piquero enmascarado, cómodamente parado sobre un cartel. Pero lo mejor del paseo fue que las aves no huían. Al no haber mamíferos predadores y por haber evolucionado aisladas tanto tiempo, las aves no ven amenaza en las personas y no les temen. Sin embargo, no fue ése el caso de las tortugas gigantes, muy perseguidas y por lo tanto hoy recelosas de la gente.
El rojo vivo de los cangrejos da toques de color a las oscuras y rocosas costas de lava.
El otro sitio de Genovesa son los Escalones del Príncipe Felipe, curioso nombre, ya que no se sabe bien qué príncipe Felipe estuvo allí. El desembarco fue complicado, entre filosas rocas con lobos marinos peleteros y zayapas (llamativos cangrejos rojizos) mirándonos de reojo. Trepamos la empinada escalera de madera y surgió un lúgubre paisaje de palos santos secos, que pronto reverdecerían con la lluvia estival. Con un agobiante y húmedo calor hicimos un kilómetro de senda en dos horas para ver pinzones, cucubes (pájaros un poco más grandes que los gorriones que Darwin estudió junto a los pinzones), fragatas y más piqueros, uno de ellos con su cría recién nacida bajo el ala.
LAS MAS JOVENES “Los reptiles caracterizan la zoología de estas islas.
Las especies no son numerosas, pero el número de individuos de cada especie es extraordinariamente grande.” *
En la zona más occidental y joven de Galápagos surgen las islas Fernandina e Isabela. En la primera, aún en formación, las erupciones son dantescas y forman ríos de lava en el mar. Desembarcamos en un manglar en Punta Espinoza, en Fernandina, donde nos recibieron un pelícano y una tortuga marina. Enseguida vimos la primera iguana marina, a la que retratamos sin parar, pero en unos metros más nos empachamos de ver estos reptiles únicos en el mundo, que sólo se alimentan de algas en el mar. Mientras ellas tomaban sol sin inmutarse, nosotros las esquivábamos para no pisarlas, ya que se mimetizaban en la negra roca. Además de iguanas, aquí hay especies raras y únicas como el cormorán no volador, uno de los mejores ejemplos de adaptación: el cormorán llegó a esta zona y, como había tanto alimento, no tuvo que volar a otros sitios buscando comida. De a poco sus alas se atrofiaron, se deformaron y finalmente dejaron de volar.
A la tarde fuimos a la abrigada Caleta Tagus, en Isabela, muy conocida por piratas y balleneros en el siglo XIX. Sus rocas exhiben numerosas inscripciones con nombres de barcos que estuvieron por allí, hasta que se creó la reserva y se prohibieron los graffitis. A un kilómetro y medio se puede ir a un lago de agua salada, dentro de un cono de toba, que Darwin visitó y que hoy lleva su nombre.
Esa tarde hicimos snorkel nuevamente: esta vez vimos un tiburón martillo y dos tortugas copulando. En las rocas había pingüinos de Galápagos, ave que llegó con la corriente de Humboldt y se quedó aquí transformándose en el único pingüino de aguas cálidas y que no migra.
Al otro día amanecimos en Puerto Egas, en la isla Santiago, y bajamos a una playa de arena negra. Al sur de ella se levanta el Pan de Azúcar, volcán cuya laguna en el cráter se seca en verano y es una mina de sal. La mina generó, en los años ‘30 y en los ‘60, un negocio de poco éxito y asentamientos que causaron gran daño ambiental al introducir flora y fauna exótica, como los cerdos que aniquilaron a las iguanas. Desde entonces, el Parque Nacional se esfuerza en erradicar lo exótico. En la senda vimos nidos de pinzones, fundamentales para atraer hembras, ya que los machos construyen varios nidos para que la dama en cuestión elija el mejor y se quede con ese macho. Entre las espinosas ramas de las acacias había papamoscas, una simpática y confianzuda ave amarilla que posaba sin tapujos frente a las cámaras. Luego vimos más iguanas marinas y el ostrero americano que, pese a su nombre, aquí come erizos.
A la tarde seguimos a la isla Bartolomé. Esa noche dormimos anclados y, al fin, sin ruido de motores. Al otro día vimos el famoso Pináculo, llamativa formación que es parte de un cono de ceniza volcánica sedimentada. Aquí el mayor atractivo son los rasgos geológicos de la joven isla. Luego de subir 300 escalones llegamos a la cima de un cerro de 115 metros, con un pequeño faro rojo desde donde se apreciaba la vista más famosa y colorida de las islas: dos bahías con playas de arena dorada, el Pináculo, vegetación y el azul del mar.
IGUANAS Y TORTUGAS“Estos enormes reptiles, rodeados de negra lava, los arbustos sin hojas y los grandes cactus, me transportaron con la imaginación a un paisaje antediluviano.” *
De Bartolomé nos trasladamos a Seymour, al norte de Baltra, donde hay una base militar ecuatoriana. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos tuvo una base naval en Baltra para vigilar el Canal de Panamá, lo que provocó la huida de las iguanas de tierra de este lugar. Pero, entre 1932 y 1933, el excéntrico millonario y naturalista amateur Allan Hancock había llevado 72 iguanas de Baltra a Seymour, salvándolas así de la extinción. En 1980, algunos ejemplares adultos fueron llevados al centro de crianza de la Estación Darwin, en la isla Santa Cruz, y en 1990 ya había 80 juveniles que fueron repoblando las islas. Las iguanas terrestres son muy coloridas, predominantemente amarillas, y parecen sonreír mientras se trepan por las ramas comiendo hojas.
Finalmente, en el sexto día de travesía conocimos al animal más esperado: la tortuga gigante. Anclamos en Puerto Ayora, en Santa Cruz, la ciudad más grande del archipiélago, desde donde hay excursiones por el día a islas cercanas (la otra opción si no se va en crucero). De allí fuimos a las tierras altas, con tanta vegetación que no parecían formar parte del sobrio archipiélago. Visitamos una granja privada para ver tortugas en estado silvestre, oportunidad única ya que algunas veces al año estos grandes quelonios migran de una parte a otra de la isla y pasan por el campo. La primera tortuga que vimos parecía una gran roca en el pasto. A unos metros había varias más, algunas en charcos de agua, otras comiendo, una bostezando y otra caminado lentamente con un pájaro sobre el caparazón.
A la tarde visitamos la Estación Darwin, donde son incubados artificialmente huevos de las islas Pinzón, Santiago y Santa Cruz. Cuando nacen las tortugas se las cría hasta los cinco años, edad en que ya pueden sobrevivir a los depredadores, y se devuelven a su área. El programa fue un éxito en la isla Española, donde los últimos dos machos fueron llevados a la estación para reproducción en cautiverio. En 1976 se sumó un tercer macho y, desde entonces, más de mil crías volvieron a Española, la última isla que visitamos y la más antigua de todas. Aquí las iguanas marinas son más coloridas (turquesa y rojo) por el tipo de algas que comen y, de abril a diciembre, se puede ver el albatros. ¿Hacen falta más motivos para conocer este paraíso viviente?z
* Charles Darwin, Viaje de un naturalista alrededor del mundo.
Por Mariana Lafont para Página 12, marzo 2010.
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