jueves, 7 de octubre de 2010

Entre Ríos y los cazadores de las piedras perdidas..

A orillas del río Uruguay es posible descubrir ágatas, jaspes y otras piedras que encierran verdaderos tesoros naturales. Un safari en 4x4 enseña a descubrirlas e interpretarlas...




Las tardes benignas del invierno entrerriano son una invitación tradicional al descanso y el disfrute termal. Pero las orillas del río Uruguay tienen mucho más para ofrecer, y despiertan con su inesperada riqueza geológica el instinto aventurero de cualquier explorador en potencia: para ellos, un auténtico safari en 4x4 con punto de partida en Colón se convierte en una de las mejores opciones para un fin de semana distinto, a sólo 320 kilómetros de Buenos Aires.

"Colón no tiene un imán turístico ineludible, un glaciar o unas cataratas. Pero sí un abanico de pequeñas gemas que te van ganando de a poco, como los buenos amores", dice Charlie Adamson, que desde hace muchos años enseña a los recién llegados a descubrir esas pequeñas joyas que ocultan las orillas del caudaloso Uruguay. Con él combinamos la hora de salida y empezamos a recorrer algo de la historia de esta colonia de origen suizo que tiene algunas particularidades muy propias.



"Justo José de Urquiza quiso aquí una diagramación distinta. Rompió con algunas de las reglas de las típicas ciudades coloniales hispanas: por empezar, el ancho de las calles. Según el modelo colonial español, las calles deben medir siete varas, es decir 13 metros de ancho. El dictaminó que en Colón la calle más angosta mediría 17. Es la razón por la cual aquí tenemos la impresión de tener más oxígeno, más libertad. Y también rompió otra regla, la orientación de las calles -que deben ir de Norte a Sur y de Este a Oeste-, pero él giró el mapa 45° y así logró que en la ciudad todos los frentes de las casas tengan sol en algún momento del día."

A la vuelta estamos dispuestos a comprobarlo. Pero ahora, subidos a un trepidante 4x4 que parece un híbrido de Indiana Jones con una coctelera, estamos listos para iniciar el safari desafiando los terrenos irregulares que nos llevan hasta el río.

De volcanes, frutas y piedras
A pesar del ruido del vehículo, la voz de Charlie se abre paso con claridad para explicar que toda la arena de la zona es rica en silicio, un agente petrificador que desde tiempos inmemoriales aprovecharon los chacareros de la zona para detener el proceso de descomposición de las frutas y conservarlas intactas durante todo el año. "El mismo fenómeno alcanzó a los troncos de una antigua selva que fue totalmente sepultada bajo la arena, tal vez por causas parecidas a las que provocaron la extinción de los dinosaurios. Pudo haber sido una gigantesca erupción volcánica. Por eso encontramos troncos petrificados y hasta frutos, que tienen unos 65 millones de años", explica nuestro guía, a la vez que maneja con habilidad entre los desniveles de un camino vecinal de ripio, en dirección al vecino pueblo de San José.

Antes de llegar al sitio de la cacería de piedras propiamente dicha, Charlie hace un alto en un pequeño museo de piedras semipreciosas montado en la que fue su propia casa por la artesana Selva Gayol. Es la ocasión ideal para aprender a aguzar la vista y descubrir, en estantes cuidadosamente organizados, lo que la naturaleza entregará luego en forma desordenada en las orillas mismas del río.

De una auténtica caja de Pandora va saliendo una piedra tras otra, cada una más sorprendente que la anterior: un ágata con agua adentro, es decir un hidrolito ; un ágata verde que parece revelar en su corte transversal la silueta de un dinosaurio; ágatas con ojitos formados por pequeñas partículas de carbonato de calcio que reaccionaron químicamente en el momento de formarse a partir de una erupción volcánica; el antepasado ya petrificado de una ciruela; el ancestro de una palta con el carozo desprendido, pero perfectamente conservado en su interior; un jaspe cuya opacidad a la luz revela sus características más recónditas; un trozo de madera petrificada que tal vez fue contemporánea de los grandes reptiles del pasado; otro jaspe apodado surubilito por la particular textura de la superficie.



El destino en las gemas
Estos hallazgos se deben al ojo atento de Selva, durante años y años de explorar los yacimientos de piedras y cantos rodados, a su experiencia para escuchar -literalmente- el corazón de los minerales e interpretar su curioso lenguaje. "Fue así, sacudiendo una piedra al azar, como descubrí ese primer hidrolito que me hizo ver que mi destino estaba en estas gemas", cuenta la mujer mientras muestra su colección, y recuerda que durante mucho tiempo fue para sus vecinos "la loca que escuchaba las piedras".

Después del museo, la 4x4 con Charlie al volante pone rumbo a las orillas del río. Ahora es el momento de convertirse en exploradores y para eso desembarcamos sobre las montañas de canto rodado de descarte que dejó un lavadero de piedras para uso industrial, que se emplean en la fabricación del hormigón. Las demasiado grandes o demasiado pequeñas vienen a engrosar este pedregal capaz de revelar hermosos tesoros: aquí y allá van apareciendo sobre todo ágatas y jaspes pulidos por la acción incesante del agua, con interiores que no podemos ver, pero que se adivinan veteados y de preciosos colores.

Pasado de madera
De vez en cuando, una piedra revela que alguna vez fue madera, y otras muestran en su superficie irregular que hace millones de años probablemente fueron el fruto de alguna planta de la zona, o de río arriba arrastrada por las aguas...

El juego parece no tener fin y de hecho, el sol amenaza con esconderse en el horizonte cuando finalmente el improvisado grupo de exploradores -ya con varios conocimientos más en su haber que a la hora de la partida- se resigna a poner rumbo de nuevo hacia el centro de Colón. Es la hora de despedirse entonces de Charlie, que invita a volver a la ciudad para seguir descubriendo sus alrededores, sus islas y la navegación sobre el río, hasta que da por terminada la visita con unas palabras mágicas que cada uno se lleva en su recuerdo, junto con el puñado de piedras que más lo haya conquistado durante el camino.

Por Pierre Dumas para LA NACION

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