miércoles, 13 de octubre de 2010

Historia de Viajes, hoy: Narda Lepes

Narda Lepes no solo es buena cocinera sino también una viajera neta. Descubre lugares maravillosos y se apropia de sus aromas, sabores e historias...






Me falta viajar a países de fuerte identidad gastronómica como Noruega, Rusia o la India, pero si tuviera que preparar y servir una mesa imaginaria con sabores del mundo, no podría faltar, por ejemplo, la paella que hacía mi abuela. Pero tampoco ese lomo salteado con papas a la huancaína que disfruté alguna vez en la bella e histórica ciudad de Lima. La papa peruana tiene un sabor especial, y éstas de las que hablo se presentan en bolitas de puré bañadas con una salsa cremosa hecha sobre la base de queso, galleta y ají amarillo, levemente picante. Riquísimo.

Me encantó la gastronomía que descubrí en las calles de ciudades e islas griegas sobre todo por su simpleza, que realza los sabores clásicos. Por eso en esta mesa pondría una simple chuleta de cerdo grillada, una ensalada con quesos de cabra y feta, y tomates de Santorini, esa inolvidable isla griega de tierra volcánica, de construcciones redondeadas, blancas y azules. Y ese inolvidable pulpo secado al sol, duro y salado sólo con la sal del mar ahí al lado, que pescaron hace un ratito.

También debería haber un lugar para aquellas brochettes de cordero de Marruecos, hechas en medio del desierto sólo con sal, pimienta y comino de la zona, alimonado. Súper sencillo, pero de un sabor increíble. Y le agregaría amlou , una pasta de almendras, miel y aceite de argane que se come con pan. Es cremosa y riquísima.

De España pondría un buen jamón crudo cortado muy finito, sequito, salteado, sí, pero no mucho. Y de Venezuela y de Colombia, arepas, sin dudas. Una reina pepeada venezolana, con pollo deshilachado, palta, condimentos y queso amarillo rallado. Y la versión colombiana, de choclo, está rellena con un queso al que llaman chelita o de mano. Es una especie de suero, un tanto agrio… fantástico.

También pondría algo del Tsukiji Market, el mercado de Tokio, que tiene el mejor pescado del mundo, de todas las variedades y súper fresco. Visita imperdible para los viajeros –especialmente cuando subastan los atunes–, aquí hay, además, unas sopas y comidas de texturas impresionantes. Dan ganas de ir probando todo, puesto por puesto, aunque sean las 5 de la mañana. Las sopas se preparan con una concepción distinta a la nuestra: la sopa es una base a la que le agregan verduras, carnes, mariscos como si fueran fideos. Son súper sabrosas.



Vietnam también me impresionó y, pese al calor, nunca me sentí mejor físicamente que los días que pasé allí, porque se come sano; muchas cosas crudas, o salteadas con muy poco aceite. Zanahorias, nabos, pepinos, distintos tipos de hojas, hierbas frescas y mucha fruta. También sopa de caldo de hueso –de pollo, carne, pescado–, que alimenta mucho y es una gran fuente de proteínas fáciles de digerir. Para saciar al glotón que todos llevamos dentro, también comen platos fritos, crocantes, de mucha textura. Mucho arroz, fideos de arroz, y nada de lácteos. El cuerpo lo agradece.

Esta mesa que estoy imaginando debería incluir, claro, aceites de oliva de España, Grecia, Italia y también de la Argentina. Tampoco podría faltar un buen bife de nuestra carne; a la parrilla, con buena sal y verduras de Mendoza. Para el postre, ananá brasileña, natural, bien madura o cualquier fruta tropical, también bien madura. O un strudel. Un inmejorable final para esta mesa imaginaria.
Fuente: Clarín.com

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