viernes, 1 de octubre de 2010

Un almuerzo colgados del aire...

A 50 metros de altura una bodega ofreció una comida con una vista de lujo
¿Vale soñar? Soñemos. Quién no fantaseó con hacer como los excéntricos millonarios que pagan una fortuna para subirse a un cohete y viajar al espacio.



A comer... el menú combinó una entrada de carpaccios de mar con confit de chivo como primer plato


Si bien la excentricidad no hay por qué perderla, de millonarios tenemos poco ( nada, para ser exactos ). Pero como para no quedarnos a mitad de camino, bueno estaría por lo menos comer en el aire , como si fuéramos astronautas ( algo es algo ).

De eso se trató la movida que la bodega Chandon armó ayer en Puerto Madero. “Latitud 33° in the sky ( en el cielo, en gringo )”, era el slogan para promocionar el “espíritu joven, contemporáneo e innovador del vino”. En definitiva, un almuerzo en una mesa-plataforma para 22 comensales, colgada de una grúa a 50 metros del piso .

A la mañana hay 7° y a la hora de la cita, apenas 10° ( no estamos en primavera ). En el descampado frente al Hotel Faena la grúa ( muuucho más grande que la de la foto que aparecía en la invitación ) ya tiene enganchada la mesa con sus butacas estilo montaña rusa . “¿Con este viento la suben igual?”, pregunta Humberto Tortonese, invitado estrella. “Sí, no pasa nada”, dicen los organizadores, y acto seguido reparten un papel que hay que firmar para dejar claro que uno sube por su propia voluntad.





El menú combinó una entrada de Carpaccios de mar con confit de chivo. Un helicpotero registró el inédito momento y también hubo instántaneas



La mesa que se eleva es un invento de un belga –cuentan–, que viene de hacer temporada en Chile y que por primera vez llega a la Argentina . Todos con los cinturones de seguridad puestos, la grúa comienza a hacer su trabajo. En el medio de la mesa, sobre un plataforma y sostenidos con arneses van el chef Marcos Zabaleta, un ayudante y dos mozos.

Los platos empiezan a volar ( es una forma de decir ) y las regadas copas ( más de una voló de verdad ) entusiasman más al grupo. Pasa la entrada, una selección de carpaccios de mar con jarabe de Chardonnay a la vainilla, y la mesa se clava en los 50 metros.

Por acción del viento la plataforma gira y gira ( ¿no era que no pasaba nada? ) y permite ver por un lado el ritmo sostenido de la construcción en Puerto Madero y por el otro, el vértigo de la Ciudad. Y lo gratificante de estar –aunque sea un rato– suspendido en el aire .

Llega el turno del confit de chivo con chutney de higos al Cabernet Sauvignon ( para no perder el glamour no digamos que la salsa llega caliente en un termo de mate ). Las copas no se vacían nunca y se suceden los brindis ( del frío y el viento, a esta altura, nadie se acuerda ).

Desde tierra y las ventanas de las oficinas de Puerto Madero sacan fotos. Arriba, es tiempo de degustar el postre: húmedo de chocolate y compota de ciruelas negras sobre mascarpone y néctar de Malbec. Tras hora y media en el aire llega el descenso. La experiencia de comer por primera vez colgado en el aire resultó fascinante . El viaje al espacio puede esperar.
Por Guillermo Kelmer para Clarín. Octubre 2010

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